Cuando ingresé como funcionario público en la administración de la provincia desde la que escribo, en el gabinete de prensa al que fui asignado se recibían diversas publicaciones periódicas, nacionales y extranjeras, y cada semana aparecía procedente de algún otro ignoto departamento del edificio un tipo de aspecto taciturno que, sin decir palabra, se llevaba el ejemplar de Le Nouvel Observateur, que restituía en su balda correspondiente dos días después para repetir la operación a la semana siguiente. Tardé  en entender esta rutina y algo más en atreverme a preguntar la causa. Una veterana de la casa me lo explicó: el tipo taciturno era un funcionario que años atrás fue acusado de apropiarse de algunos fondos a su cargo (calderilla, por supuesto, nada comparable a las orondas cifras de ahora) y antes de ser juzgado se escapó a Francia, que de mi provincia está a un tiro de piedra. La familia quedó desamparada y el entonces presidente de la diputación -un cacique carlista que gobernó este corral  durante la dictadura y nutrió la administración provincial de personal procedente de los suyos, los que habían dado su sangre por el glorioso movimiento nacional y sus parientes- sintió penica, como decimos aquí, por las víctimas del suceso y otorgó un puesto en la misma administración  a la esposa abandonada para que pudiera sostener a la prole. El tiempo pasó, el delito prescribió o fue amnistiado y el tipo volvió a la administración, ya bajo un gobierno democrático, y, como si nada hubiera pasado, de nuevo fue asignado a su puesto a la vera de la caja en el que reincidió en el hábito que le había permitido aprender francés. Esta vez no ocurrió nada, no fue acusado ni encausado, solo se le apartó de la caja y quedó sin nada que hacer y para matar el rato leía L’Obs, que tomaba a préstamo sin pedir permiso de un departamento situado en la otra punta del palacio donde trabajábamos ambos, vale decir. Quién sabe qué emociones y recuerdos le deparaba el reencuentro con la lengua francesa y los hechos que en esta lengua se contaban en la revista. Aquella fue una buena vida, después de todo. He vuelto a pensar en el funcionario taciturno y afrancesado al leer que el pepé ha recolocado a Ana Mato en un ganapán valorado en euros y denominado Universidad Europa, por pompa que no quede, al parecer una escuela de cachorros conservadores. ¿Qué puede enseñar Ana Mato a las jóvenes promesas?, ¿qué podía enseñar el funcionario taciturno que no fuera dónde está la caja y cómo llegar a ella, aunque lo hiciera en francés? Bien mirado, aquel tipo fue un adelantado de la unión europea.