Regreso de Babia y estoy en Babia. Vuelvo de un lugar de sol avaro, grandes palacios de color pastel, cúpulas como ramos de alcachofas de caramelo, bronces ecuestres y extáticos iconos dorados, que he recorrido con mirada urgente y distraída, uncido a la condición de turista en paquete; una condición en la que, por exigencias del negocio, el tiempo es un relato circular. Como en casa, por lo demás, donde al retorno la tele sigue encendida en la misma tertulia y los noticiarios destilan sin tregua el detrito de cada día, siempre el mismo, con las mismas caras. A propósito de la detención de Mario Conde, un tertuliano finge asombrarse de la escasa capacidad del sistema penitenciario (el reincidente fue condenado a veinte años) para reinsertar al penado en los valores de la sociedad. Si el sistema no consigue reinsertar a butroneros y violadores, ¿por qué habría de conseguirlo con los salteadores de las altas finanzas, cuyos delitos los cometen a partir, precisamente, de los valores de la sociedad? La delincuencia es un estado donde se vive bien y está mejor retribuido que la honradez, que es para los horteras, como significó el propio Conde en una de sus aplaudidas y frecuentes intervenciones públicas. En la melancólica observación del tertuliano había una secreta admiración por el individuo al que otro tertuliano ha llamado, en la misma circunstancia, el mejor ingeniero financiero que ha tenido nuestro país. Podría argumentarse que la ingeniería no es un espejo de excelencia después de Calatrava, pero dejémoslo, ahora que lo han contratado los árabes del petróleo para levantar la torre más alta del mundo, ya veremos si no se les caen las tejas, que en este caso van a ser de cristal para más estrépito. Los tertulianos televisivos evocaban a Mario Conde no sin añoranza, como Yelena Filippovna, nuestra guía, se refería a los zares, y para la que hasta Rasputin era un personaje eminente y santo varón, vituperado y asesinado por los que buscaban destruir la amada patria. Mario Conde y Rasputin, dos héroes nacionales. Ambos han tenido conspicuos cantores; el primero, entre los neoliberales y la ultraderecha, y el segundo, entre los apologetas de la autocracia. Y ya que hablamos de unos y de otros, en la penúltima escala de esta bitácora dejamos al Nobel Vargas Llosa entregado a su interminable y distraída fiesta de cumpleaños y ahora lo encontramos a la vuelta empapelado en Panamá, en la misma cuerda que el actual zar del país de Yelena Filippovna. Neoliberales y autócratas, ¿quién los distingue en Panamá, donde el dinero y la verdad son la misma cosa? Vivimos en Babia, un mundo que solo se puede soportar si eres turista.
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