La más sombría historia de Europa del siglo pasado está tachonada de jefes de gobierno y hombres de estado -Chamberlain, Blum, Von Papen, Gil Robles, etcétera- de procedencia democrática que claudicaron ante el fascismo por querencia, miedo o debilidad, y su memoria se tiñó para siempre de vergüenza. Los dirigentes europeos que han fírmado el acuerdo con Turquía para desembarazarse de los refugiados pertenecen a este mismo rango histórico. Nuestros hijos y nietos los recordarán deseando que nunca hubieran existido. Han firmado el acuerdo para aplacar la realidad provocada por la mezcla de cálculo, temor y falta de visión y energía que ellos mismos han amasado, y lo han hecho en la seguridad de que las sociedades a las que representan, donde la xenofobia y el extremismo nacionalista rampan a sus anchas, no se lo tendrán en cuenta. Al contrario, les habrían castigado en las urnas de no hacerlo, como ha debido sospechar la inefable Merkel, que sigue siendo la inductora real de la aurea mediocritas que rige la política europea. Por lo que sabemos, el acuerdo es una mezcla de concretas medidas para cortar de inmediato el flujo de refugiados hacia Grecia -expulsión de que los ya están en territorio europeo incluida- y de vagos propósitos para acercar a Turquía a la UE. Los primero se cumplirá sin duda porque hay dinero de por medio (tres mil millones ahora y otros tres mil más tarde) y el plazo está tasado y es breve. En cuanto a la segunda parte del acuerdo, ya se verá. No parece que a la remilgada Unión Europea le resulten más incómodos los actuales cientos de miles de refugiados, a los que puede tratar como basura reciclable, que setenta y cinco millones de turcos que podrían entrar legalmente en su territorio sin visado. Para no mencionar lo que hay de realidad o de deseo en el avance de la integración turca en la Unión, ahora que la incipiente democracia del país deriva hacia un sultanato islámico. Por supuesto, los gobernantes turcos tienen su propia agenda en relación con Oriente Medio y saben lo que están haciendo, y no han perdido la ocasión de denunciar la hipocresía que su contraparte europea en la firma del acuerdo, que a nuestro ensimismado Rajoy le parece el mejor posible, lo que ya sería un motivo sobrado para desconfiar de que lo sea.
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