En su última exposición, el fotógrafo Carlos Cánovas dirige su objetivo a un único tema: un solitario y desvalido vegetal –un arbolito, una planta de interior, un arbusto silvestre- se proyecta contra un muro hacia el que parece irresistiblemente atraído, sea para recrearse con la visión de su sombra, para buscar cobijo ante la intemperie o para descansar en la eternidad, como un condenado espera la descarga ante el paredón o moribundo recuesta la cabeza en la lápida de la tumba que habrá de acogerle. Dialéctica y transacción entre el vegetal vivo y el muro inerte, en el que el fotógrafo encuentra un manantial de inspiración que nos ofrece en una serie de fotografías, que se adivina interminable, de hipnótica riqueza de encuadres y tonos, algunas de la cuales son sin duda obras maestras. Cánovas se confiesa un paseante y la muestra se titula, modestamente, Por las mismas calles, pero no es un vagabundo que espera ser asaltado por el beneficio del azar, sino un explorador atento y de mirada paciente y analítica. Un paseante urbano, que recorre los paisajes de la vacilante franja donde la ciudad diluye su nombre, rincones y veredas despojados de utilidad y de encanto propios, en los que toda forma de vida tiene un carácter precario, azaroso y solo esencial para sí misma. Lugares asilvestrados donde las plantas han brotado por accidente o, si son de cultivo, hace tiempo que fueron abandonados por sus cuidadores, y cuya existencia no tiene otro cómplice que la vecina pared que atestigua la trayectoria del sol y el paso de los días. Escenarios que recuerdan el despojado teatro de Esperando a Godot, del que Cánovas ha obviado sabiamente la parla de Vladimir y Estragón para concentrarse en el diálogo del vegetal y la pared, que, como todo diálogo, es apasionado y se dirige hacia la fusión de los hablantes. A medida que avanza el orden de la exposición, se acrecienta la soledad de las plantas de interior que se esfuerzan en exhibir su pretendido exotismo para llamar la atención mientras languidecen en sus forzados contenedores de hierro o arcilla, enfermas de melancolía. Las plantas incultas, por el contrario, colonizan los pies del muro para arrebujarse a su cobijo y las rupícolas, las más osadas, trepan abrazadas a él. La última serie de la muestra, titulada Para una pared y compuesta por catorce fotografías de gran formato y deslumbrante factura, ilustra este postrer acto del drama en el que las ramas y las raíces se han fundido con las anfractuosidades el muro en una sinfonía de formas y texturas en la que resulta indistinguible lo vegetal de lo mineral, lo que respira de lo que no. Imágenes que captan el momento incierto en que la vida se convierte en memoria, la historia en arqueología y el relato en leyenda.

La imagen que ilustra esta entrada está tomada por el autor del catálogo de la exposición.  La imagen original de Carlos Cánovas se titula ‘Sarriguren 2014’ y forma parte de la serie ‘Para una pared’.