Fragmento de conversación atrapado en la calle, una mañana de la semana pasada: “Me he comprado una bicicleta”. “A ver si te la roban”. “Tengo un candado bien gordo”. Los que hablan son dos trabajadores inmigrantes, ecuatorianos o peruanos, dos indios, que hubiera dicho mi abuelo. Uno, el que se ha comprado la bici, ataviado con los arreos de un operario de la construcción; el otro parece que fuera a la busca de algo, con unos papeles en la mano. Uno parece ufano; el otro, preocupado. Ambos se miran con empatía, no son amigos sino probablemente compañeros de fatigas, que entrecruzan en sus palabras la satisfacción y el resentimiento. Los dos están, entre esperanzados e inquietos, a mitad de un camino que no saben a dónde les lleva. Pero uno tiene una bici y el otro no. Estamos en un mundo que nunca creímos que volveríamos a tener tan cerca; el mundo de Ladrón de bicicletas. Entretanto, seguían las negociaciones en el puente de mando de la UE para alcanzar un acuerdo con el premier británico que permita a David Cameron manipular a su favor el referéndum del Brexit. El acuerdo se ha alcanzado típicamente en el último minuto, de milagro, como dice un cronista, y después de sesiones maratonianas (el maratón aplicado a la política es, al parecer, lo único que queda en Europa de la herencia griega, lo que significa que vamos echando el bofe y quizás caigamos reventados al llegar a la meta) y las concesiones para el acuerdo han sido al módico precio de rebajar un poco más, otro poco más, los derechos y las rentas de los trabajadores, esta vez estigmatizados como inmigrantes. El núcleo del acuerdo ha sido que el gobierno británico pueda reducir las prestaciones a los trabajadores comunitarios. Los movimientos secesionistas han calado en las sociedades europeas; la crisis ha dado cuerpo a sentimientos nacionalistas que vienen de lejos y una opinión, quizás no mayoritaria pero sí significativa, quiere hacer realidad la creencia de que fuera de la casa común viviremos mejor. La culpa de lo que ocurre la tienen los otros, ya saben, Madrid, Bruselas, el administrador de la finca, etcétera. El primer paso para hacer efectiva la secesión es identificar al otro y arrebatarle lo que ha conseguido, lo que hemos conseguido todos, para establecer una nueva justicia privativa y separada. Cameron ya tiene la bicicleta del inmigrante como botín para convencer a sus secesionistas que en Europa aún se pueden hacer buenos negocios.