Se acerca la fecha de la investidura para la presidencia del gobierno y las negociaciones, si las hay y merecen tal nombre, discurren con la habitual opacidad. No sabemos quién ni qué se negocia. Pero, hasta donde se hace público y como era previsible, a Sánchez no le salen las cuentas. Los socialistas afrontan este trance inspirados en dos juegos de guerra que ya han sido experimentados, con un único objetivo: recuperar la hegemonía de la izquierda, que no le han dado los votos, y dejar enfrente a los populares, es decir, retornar al bipartidismo. El primer juego es la llamada geometría variable, consistente en un gobierno en minoría capaz de ensamblar mayorías parlamentarias ocasionales para llevar a cabo su agenda. Esta estrategia inspiró a Zapatero y funcionó en el pasado mientras la gobernanza se reducía a asuntos locales, generalmente aceptados y que no afectaban al núcleo radiante de los eventuales socios, al contrario, les servían a todos para caer más simpáticos a sus electores mediante leyes que ampliaban los derechos civiles. Por razones de la lógica del enfrentamiento, el pepé siempre quedaba fuera. Pero cuando pintaron bastos y el mandato político vino de los dioses del Olimpo, léase, la dirigencia europea y de los volubles mercados, el eje de gravedad de la geometría variable se desplazó hacia este partido, el único que podía garantizar una mayoría para salir del trance. Entrambos dos modificaron la Constitución y aquí acabó la geometría variable y, de paso, su creador y prestidigitador, ZP. Las condiciones actuales del ecosistema son similares a las de aquel 23 de agosto de 2011 en el que el bipartidismo al unísono modificó el artículo 135 de la Constitución para embridar el gasto público, lo que explica la cantidad de fans que una reedición de este pacto tiene en el establecimiento económico, con el acompañamiento esta vez de los autoproclamados ciudadanos para llevar la cartera del acuerdo y fregar en lo posible el barrizal de corrupción acumulado estos años por el socio mayoritario. La contraindicación de esta fórmula para el pesoe es que el dichoso acuerdo de reforma constitucional con nocturnidad afectó en grado sumo a sus bases e hizo que perdiera la hegemonía de la izquierda para engorde de los podemitas. Aquí entra el segundo juego de guerra que podríamos titular, yo o el ogro, y que consiste en que Sánchez convenza al electorado de izquierda de que es la única alternativa posible ante la derecha. Este juego funcionó a las mil maravillas en una época más ingenua y expansiva, y, con ayuda de nuestra tuneada ley electoral y de los lastres del pasado, redujeron la masa de la autollamada izquierda unida, antiguo pecé, a un dimensión tan diminuta que no le quedaba más remedio que permanecer unida para no desaparecer. Fueron buenos tiempos aquellos, dominados por el espejismo de que solo un mundo era posible y, para probarlo, venía regado de dinero de fondos europeos y autoinducidas expectativas de negocio, lo que permitía a la socialdemocracia creer que aún lo era. Dejemos la historia. Después de la derrota de Sánchez en el parlamento, y de la más que previsible derrota ulterior de Rajoy, si es que aún está vivo para entonces, volveremos a los juegos de guerra, quizás con otros patrones más realistas y funcionales, y, sobre todo, menos tributarios de los espejismos del pasado.
P.S. Que la aciaga política no nos haga olvidar los luminosos y regocijantes momentos pasados en compañía del grandísimo Umberto Eco. Una frase suya: «Cuando consideramos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué significa». Y lo que vale para un libro, vale para un telediario, un editorial periodístico, un discurso parlamentario o una negociación política. Maestro, nos dejas una herencia irrepetible. Descanse en paz.