Tengo que reconocer que no siempre entiendo el código de señales podemita. Desde el bebé de Bescansa, me fascina su capacidad para atraer el foco de la atención mediática en casi cualquier circunstancia, pero no estoy seguro de sus efectos. Sus acciones comunicativas son muy potentes e inesperadas y, por eso mismo, difíciles de asimilar. En mi caso, quizás sea por causa de la edad, a pesar de mi disposición abierta a entenderlas. Para mencionar un asunto menor, leo que Iglesias ha dirigido a Sánchez un mensaje de San Valentín en la inevitable forma de tuit: “somos una fábrica de amor, en las derechas no encontrarás tanto cariño”. Este arrebato de telenovela sucede a la presentación casi militarizada de la propuesta para un gobierno de coalición en el que Iglesias se reservaba para sí la mitad más uno del poder disponible, lo que hace imposible saber si era una propuesta para el encuentro o para el divorcio. Esta mezcla de colegueo y rudeza, de contundencia fáctica y sentimentalidad expresiva, recuerda los modales de una cultura tribal -por naturaleza, insegura y frágil-, en la que los actores se valen de un código autorreferencial, ajeno a las miradas que vienen de fuera del poblado. El efecto es que estas acciones se convierten en mero folclore, a pesar de sus protagonistas. El primer enemigo de los gitanos es la bata de cola y, de los indios, el penacho de plumas. Es cierto que todas las minorías constituidas, sin excepción, cultivan rituales tribales y la obligación de las fuerzas ascendentes que aspiran a ocupar su espacio es quebrar la uniformidad dominante. En este sentido, la estrategia de comunicación podemita es nítida. La dificultad radica en que, si quiere ser hegemónica, debe incluir a segmentos sociales que no están familiarizados con los rituales originarios y en los que es fácil cultivar el rechazo. El sistema de señales debe aludir a inquietudes reales de las mayorías. Aquí y ahora, la corrupción es la preocupación más relevante porque se entiende que está en el centro del desbarajuste institucional y es síntoma principal de la crisis económica que padecemos. Sin embargo, acaso el mensaje podemita contra esta lacra no es lo bastante claro y argumentado. Al contrario, menudean las noticias de nepotismo, que es uno de los pilares del buen funcionamiento de la corrupción, en los equipos de gobierno donde han alcanzado el poder. De nada vale decir que esas noticias las difunde el adversario. Servir a los intereses del grupo y servir a los de la nación son objetivos contradictorios, como debiéramos haber aprendido de las prácticas de la llamada casta. Y gobernar con una estética sans coulotte es imposible, además de contradictorio con la cultura originaria, típica de la clase media, de la dirigencia podemita. Sería una lamentable pérdida que el patrimonio de esperanza política y razón histórica que administran los podemitas se malograra por una deficiente administración de los gestos.