Cada vez que el cine se dispone a retratar el sistema económico que nos gobierna lo hace a través de las aventuras desbocadas de unos tipos jóvenes, cínicos, desaprensivos, brutales y jartos de grifa, como se decía cuando aún no éramos modernos, o de farlopa hasta el culo, como se dice ahora. Los cineastas cuentan la vida y milagros de estos tipos como los autores grecolatinos contaban la de los dioses olímpicos, como una mezcla de chifladura y fatalidad. Si salimos del cine, el sistema económico se convierte para nosotros en lo que se convertían las trifulcas del Olimpo para los griegos clásicos, en un hecho atmosférico. Los mercados son las nubes que planean sobre nuestras cabezas. Las ciencias exactas se vuelven artes mánticas cuando se democratizan e impregnan el habla del común. La meteorología es una ciencia muy compleja, de la que todo el mundo opina y cree saber algo. Miramos al cielo, advertimos el cerco que rodea la luna y, según quién sea el augur, pronostica que mañana nevará o hará sol. Igual ocurre con la economía financiera. Nos dicen que se avecina una nueva recesión. ¿Por qué? Fácil: por la confluencia de la caída del precio del petróleo, la apreciación del dólar, el desconcierto del área del yen y la depresión de las economías emergentes, según leo en el editorial del diario de referencia, que es como decir, por la confluencia de Júpiter, Mercurio y Venus en Piscis. Ya se imaginan, un desastre. Los mercados inhiben nuestra racionalidad y aceptamos cualquier diagnóstico como la profecía de la sibila. Para los griegos, el mito era una forma de racionalizar las manifestaciones de la naturaleza para las que no tenían explicación científica y, en ese sentido, sus leyendas eran un avance en el conocimiento y la libertad humanos. Nosotros vamos en sentido contrario. Vestimos de un lenguaje legendario lo que podemos comprender racionalmente pero ante lo que nos mostramos inermes por inconfesables razones políticas. Los mitos griegos rescataban a la humanidad del estado de naturaleza; nuestras supersticiones económicas nos devuelven a él. Lo que llamamos brumosamente los mercados no son más que una partida de cínicos brutales y cocainómanos que se levantan cada mañana con el deliberado propósito de saquear nuestros bolsillos hasta donde les sea posible para sacudirse su propia resaca de la jornada anterior, como sabe cualquiera que vea el telediario. Se avecina otra recesión, en efecto, pero no de las mercancías ni del comercio, sino de la condición humana, de hecho, ya estamos en ella. Por eso el cansino moderantismo predicado por el quietista Rajoy es un mantra hipócrita, irritante e ineficaz con la que está cayendo.