Ese plácido jardín al que llamamos Europa, está en un ay este domingo en que se juega en las urnas el gobierno de Alemania. El pivote en el que se asienta la estructura europea acusa desgaste de materiales, ha perdido firmeza en el suelo y la maquinaria que soporta da señales de desguace. Los pronósticos son tan insistentes y unánimes que quizá podamos darlos por hecho horas antes de que el hecho se produzca. Los neonazis serán la segunda fuerza en el Bundestag y una coalición de conservadores y socialdemócratas impedirá que se hagan con el santo y la limosna. La fórmula es marca registrada alemana, como el volkswagen, que, por cierto, también está en peligro, y tan consabida y resistente como el propio automóvil; claro que habría que preguntarse qué uso tiene un artilugio mecánico por robusto que sea en el tiempo de los drones, las criptomonedas y la inteligencia artificial.

La fórmula de la coalición tiene una lógica impecable. Los neonazis no pueden volver al gobierno en el país del Holocausto; el país europeo que más y mejor ha hecho después para asentar un estado de derecho basado en la paz, la colaboración con los vecinos y la apertura a los migrantes, impulsado por una economía boyante, que ahora renquea. Todo eso está en juego. Si cae Alemania, cae Europa, como sabemos por experiencia histórica reciente. Pero, al mismo tiempo, la gran coalición de contrarios –GroKo en la jerga política alemana, donde las coaliciones son tan frecuentes y variadas que se distinguen por el colorido– lanza un mensaje defensivo, de fortaleza sitiada, amén de la que misma fórmula de coalición es demasiado laboriosa en estos tiempos de vértigo: cuando los coaligados llegan a acordar una posición respecto a una circunstancia dada, la circunstancia ha cambiado. Un ejemplo. el fracaso de la coalición tripartita presidida por el socialdemócrata Olaf Scholz, que ha forzado las elecciones que se celebran hoy. Las coaliciones funcionan como etapa de tránsito en un tiempo estable en el que priman las dificultades domésticas, pero su eficacia cae en picado cuando también el entorno internacional está sacudido, y en gran medida dominado, por populismos explosivos y líderes extravagantes y amenazadores, y el debate público está deliberadamente inundado de mierda, como predica el nazi Steve Bannon. Ya ha ocurrido en Italia, otro país pródigo en coaliciones donde los neofascistas ya están en el gobierno desde hace dos años y medio.

Italia y Alemania comparten la circunstancia de su relativamente reciente constitución como estados. Si bien ambas naciones tenían detrás una tradición cultural que las identificaba, estaban fraccionadas en reinos soberanos cuya unificación en un solo estado data del siglo XIX: 1861 y 1871, respectivamente. La unificación se hizo en ambos casos bajo un régimen monárquico, en un tiempo en que la fórmula republicana era inédita o estaba en cuestión incluso en Francia, el único país que la había entronizado. Cuando llegaron las turbulencias de las dos primeras décadas del siglo pasado –guerra europea, revolución rusa-, las repúblicas democráticas fracasaron y el vigoroso y juvenil nacionalismo surgido de la unificación se tradujo en regímenes dictatoriales y expansionistas. En la segunda guerra mundial Italia cambió de bando y Alemania fue derrotada, y el peligro pareció neutralizado en el nuevo orden democrático bajo la tutela de Estados Unidos, convertido ahora inesperadamente en el líder sobrevenido de los fascismos europeos, a los que impulsa a la vez que les recuerda su condición de vasallos del emperador de la cresta anaranjada y de sus desbocadas ocurrencias.

Los nuevos fascismos italiano y alemán encontraron su oportunidad el día en que se decretó el fin de la Historia por victoria aplastante del promisorio neoliberalismo universal. El fascismo de Georgia Meloni y sus socios medró en el populismo dulzón y vacacional de Silvio Berlusconi, que los italianos eligieron como ruta de salida al desplome del sistema de partidos de la postguerra y que se mantuvo en el machito durante treinta años (1994-2023) de créditos baratos y telerrealidad. Los neonazis de Alice Weidel son resultado de la indigestión de Alemania provocada por la segunda reunificación en 1990. En fin, materia para los historiadores. Ahora estamos en el reinicio de un viejo juego y podría decirse  que el primer movimiento de ficha tiene lugar hoy en Alemania, el pivote de Europa. Y algo dice que la estrategia defensiva de la gran coalición, en la que las dos fuerzas integrantes tienen programas muy, muy distantes, no va a ser suficiente.