En la película Historias de Nueva York, Woody Allen firma un episodio en el que un abogadillo lleva a su madre a un espectáculo de magia. El prestidigitador, instigado por el hijo, invita a la señora a participar en un número en el que desaparecía después de ser encerrada en un armario trucado. Lo cierto es que la mamá desaparece de verdad y al término del espectáculo nadie sabe dónde está. Días después, la dama reaparece en las nubes sobre la ciudad a un tamaño gigantesco para dirigirse a su hijo con consejos, recriminaciones y cotilleos íntimos que atormentan la existencia del infeliz abogado y colman de asombro a los demás peatones, que no dudan en inmiscuirse en la vida del abogado haciendo coro con la mamá celestial. Puedo imaginar que Pedro Sánchez esté tan azorado como el personaje de Woody Allen después de ver a su antepasado Felipe González, orondo, sabihondo, rotundo, aparecer en primera página de su periódico de referencia señalando al futuro no con uno sino con los dos dedos índices con los que traza en el aire un carril por el que deben circular sus seguidores si saben lo que les conviene, del mismo modo que la mamá de la película le dice a su hijo desde los cielos quién le conviene y quién no como compañera sentimental. Felipe es la mamá del pesoe y está unido a los secretarios generales que le han sucedido en el cargo por un ambiguo lazo materno-filial de afecto y fastidio, y, como a todas las mamás, es muy difícil llevarle la contraria. El pietierno Sánchez se hizo acompañar por Felipe a los mítines como quien lo lleva a un número de magia, con la esperanza de que ayudara al éxito de su debut político, y, a pesar de que en este propósito Felipe se reveló como un perfecto inútil (como la mamá de la película, que echó a perder el truco del mago), ahora no se lo puede quitar de encima. Si no se le aparece en sueños o a través de los recados que recibe de los intermediarios, lo encuentra en la primera página del periódico, para gran jolgorio de los que tenemos la suerte de que Felipe González no sea nuestra mamá. Lo que ha dicho en la entrevista es ininteligible, una especie de abracadabra típica del personaje que, en esta ocasión, ha dado pie a Pablo Iglesias para hacer otra gracieta, que una vez más no permite saber si este muchacho está haciendo política o un juego de rol. Claro que, al final de la película de Allen, la mamá baja de la estratosfera y comparte el té con pastas con su hijo y con la chica que ella había querido de pareja para su vástago, tan felices los tres. ¿Y si toda esta sobreactuación felipesca no es sino un truco de prestidigitador para cubrir a Sánchez en su verdadera intención de no hacer el pacto de izquierdas que ha prometido que iba a hacer? Como ha dicho un barón socialista, adversario de Sánchez: “Felipe siempre habla con mucha profundidad”, vale decir, su discurso es tan fiable como la maleta de un mago. ¡Que nos lo digan a los viejos! ¿Y si la mamá y el prestidigitador fueran la misma persona?
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