El sistema escolar se toma muy en serio la misión de educar la personalidad de los alumnos, que, literalmente, es fomentar las múltiples máscaras que adoptarán a lo largo de la vida. Así que los niños y niñas se pasan buena parte del periodo lectivo disfrazados de algo. Los disfrazan y se disfrazan por adviento, por cuaresma y por pascua, en navidad, en carnaval, la noche de fin de año, el día de la patrona, en la fiesta de cumpleaños y eventualmente cualquier fin de semana por cualquier motivo. Disfraces de todas las clases según la oportunidad: folclóricos, legendarios, festivos, ceremoniales… No hay comparecencia escolar sin proliferación de trajes de colores, pelucas y gorros diversos, aderezos fantasiosos y caras pintarrajeadas en medio de un coro de progenitores embelesados que pulsan nerviosamente sus telefonillos y tabletas para documentar lo adorables que están sus vástagos de esta guisa. Ayer, día del solsticio de invierno, asistí a uno de esos festivales escolares en el que la nieta se ha pasado más de una hora disfrazada de campesina agitando con la mano una flor de papel coloreado. Tengo la sospecha de que se ha aburrido más que el abuelo que la contemplaba, el cual había dejado divagar la razón mientras discurría el espectáculo. Primero, se ha dejado asaltar por la tontuna de si tanto disfraz no será signo de una época de decadencia. Los emperadores romanos abandonaron la toga republicana y gustaban de ataviarse con sedas, pelucas, diademas y collares de perlas, y así los sorprendieron los bárbaros. Luego, ha recordado una noticia de días atrás en la que se informaba del malestar de los modistos de la alta costura por las extenuantes jornadas de trabajo a que les obligan las firmas en las que están empleados. Si los creadores de disfraces están explotados y alienados en París o Londres, y lo mismo puede decirse de los que los confeccionan en talleres de Lahore o Manila, qué habremos de pensar de los disfrazados en la distraída y placentera Pamplona. La cercanía de la madre de un escolar cuyo óvalo de la cara estaba severamente enmarcado en el hiyab islámico ha cargado de aprensión estas ocurrencias volanderas y el viejo ha embridado sus pensamientos y ha salido del recinto intentado escapar de su propia chochez.
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