Esta mañana hemos conocido los últimos votos de las elecciones de ayer: los mercados han subido la prima de riesgo y la bolsa ha abierto a la baja “ante la incertidumbre política”. Es un voto preventivo, un disparo reglamentario de advertencia. El capital ha asumido el rol de guardián del sistema que antes ostentó el ejército. El capital siempre vota por sí mismo pero le atribuimos, no sin buenas razones, la soberanía que antes tenía el estado. Con este se puede jugar en las elecciones, pero con los mercados no. Si las urnas son el espacio de los sueños, los intereses financieros marcan los límites de la realidad. Los políticos que comparecieron ayer dando saltitos y aplaudiéndose a sí mismos cualquiera que fuera el resultado obtenido, y fue malo para casi todos, ya se habrán enterado del mensaje, lo que induce a pensar que, a pesar de la aparente ingobernabilidad resultante de las urnas, no se repetirán las elecciones para no aumentar la incertidumbre creada, ni para los mercados ni para los propios tinglados partidarios. Rajoy y el PP tienen a favor de su política, una menguada mayoría parlamentaria y todo el apoyo del capital. Sánchez y el PSOE han salido del trance en una posición subalterna, y muy debilitados por lo que necesitan más árnica que otra aventura electoral. Rivera y Ciudadanos han debido convencerse de que el centro, ese espacio utópico, no existe sin un fuerte componente de derecha o de izquierda, y han comprobado que no les quieren ni en uno ni en otro extremo. Iglesias y Podemos no han ganado bastante peso para determinar la política del estado, aunque sí para condicionarla, pero antes tendrán que poner orden en su filas y establecer un relato convincente y asumible por sus heterogéneas bases, ya que, por ahora, son más un estado de ánimo que una fuerza política, para lo que necesitan tiempo, y nada menos indicado para cuajar el proyecto que el corte de unas nuevas elecciones. Así que, descartada la repetición de los comicios, lo que se avecina es una versión de la geometría variable que practicó Zapatero, es decir, un gobierno de Rajoy en minoría en el Congreso (pero no en el Senado, desde donde puede bloquear todas los iniciativas de la oposición) que negociará con la oposición las medidas del gobierno que no puedan promulgarse mediante decreto, a la espera de que la mejoría económica le devuelva el honor que le han arrebatado en las urnas. La negociación la hará Rajoy con la libreta de las cuentas en la mano y de uno en uno, lo que no le resultará difícil porque tiene enfrente a tres grupos que se detestan mutuamente. Para los románticos, vuelve el aburrimiento, del que nuestro parsimonioso presidente ya dio ayer una primera muestra al ser el último líder que compareció ante sus seguidores, bien pasada la media noche, como un cenicienta consciente de lo que cuesta estar en el baile del castillo. El andamio ceremonial instalado ante la sede de la calle Génova resultaba grandilocuente (parecía la tribuna de la Plaza Roja de Moscú, para decirlo con una de esas comparaciones extravagantes a las que son tan aficionados algunos voceros de la derecha) para la poquedad del número de seguidores en la calle y el redundante minimalismo de la oratoria del ganador. Pero eso es lo que nos espera.
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Un punto a destacar, es que si se repiten las elecciones, y esta vez izquierda unida entra en podemos sumarían un millón más de votos y modificarían muy significativamente la jugada, podría ser que podemos fuera el más beneficiado de una segunda ronda, lo que le pone al PSOE en una posición totalmente infernal
Por eso mismo no va a haber nuevas elecciones, porque ni al PP ni al PSOE (mayoría absoluta entre ambos), sobre todo a este último, les interesa que haya. En cuanto a Podemos, también puede ocurrir que se disgregue en las innumerables siglas con las que ha concurrido en estas elecciones. Manuel Bear