La abstención ha ganado las elecciones en Italia pero, como vacío y poder es un oxímoron, entronizarán a la que ha quedado segunda en el podio, Giorgia Meloni, al frente de los Hermanos de Italia, un nombre ridículo para un partido pero pertinente a esta época en la que la imaginación se nutre de los videojuegos (*). La opción abstencionista no es una opción pero revela una sociedad cansada, desorientada, en la que crece la conciencia de que las democracias liberales y el marco del estado-nación son impotentes para afrontar los desafíos planetarios que nos sacuden un día sí y otro también. En esta tesitura, la tendencia dominante es volver a lo orgánico, a lo que dictan las tripas, al fascismo.
Por ende, Meloni reúne otra importante característica de este tipo de régimen, una característica tramposa pero eficaz que llamamos carisma. Sus compañeros de la coalición facha, Salvini y Berlusconi, no han tenido tanto éxito en las urnas; de hecho, han fracasado. El electorado no quiere líderes desgastados ni grises, y eso compete también a la izquierda y a su desdibujado Enrico Letta. El impulso ciudadano para acercarse a la urna no brota de la conciencia política ni la deliberación racional sino por la llamada de un personaje cuya estampa y voz pueden llenar la plaza pública. La demagogia es un componente esencial del fascismo y Meloni es una fascista de carnet y de pura cepa.
Pero hay en su publicitada biografía un desgarro genuino que ayuda a entender su elección política, cuando las demás alternativas tradicionales se han diluido en un mar de contradicciones. La chica abandonada, revoltosa e inadaptada defiende un mundo ordenado, estable, tradicional, que ella no tuvo. Es una huérfana que apela a una orfandad generalizada. Poco que ver con el pijerío disruptivo de hijos e hijas de papá que acaudillan vox, el partido homólogo español. El fascismo en Italia, al contrario que el nazismo alemán, nunca estuvo proscrito y desde el final de la guerra ha mantenido en la sociedad una huella que eclosiona ahora, tras la dilatada crisis del sistema de partidos del consenso antifascista, que quebró en los años noventa con Berlusconi, ahora convertido en la incansable momia de sí mismo.
En España, los valores del fascismo también impregnan a una buena parte de la sociedad y de sus élites (aquí lo llamamos franquismo sociológico) pero el sistema de partidos de la transición es más estable de lo que imaginaron los emergentes de hace una década, como lo prueba ahora mismo, en el campo de la derecha, la crisis provocada por doña Olona, malmetiendo en su partido quizá a favor del pepé. Veremos cuánto dura y hasta dónde alcanza el efecto Meloni. Pero una cosa resulta evidente: la derecha se escora a la derecha, ya sea a través de una agitadora romana o de un moderado gallego.
El programa político de los fratelli es previsible y rudimentario, y puede resumirse como una mezcla de trumpismo y república de Salò: 1) identificación del enemigo exterior en la inmigración para impedir el gran reemplazo, el mito conspiranoico sustitutivo de Los protocolos de los sabios de Sión; 2) defensa de la familia tradicional, esa entelequia que Meloni no conoció en su infancia pero que sirve para marcar a las identidades de género como enemigo interior (Una jornata particolare es una maravillosa película de Ettore Scola que versa sobre este asunto en la época de Mussolini, que Meloni no ha tenido tiempo de ver); 3) restauración de las raíces judeocristianas de la civilización europea, un propósito casi humorístico habida cuenta como trataron los ancestros cristianos de Meloni a los judíos de la época; 4) centrales nucleares para alcanzar la autonomía energética, el sueño autárquico del nacionalismo antieuropeísta; y 5) eliminación del salario mínimo y demás subsidios no contributivos para tener mano de obra disponible en empleos mal pagados, que antaño hicieron posible las grandes obras públicas de Mussolini. En esas estamos.
(*) Fratelli d’Italia es el primer verso del himno nacional italiano, compuesto durante la reunificación del país en 1847, lo que no empece para que sea pomposo y, al oído de un ignorante extranjero, suene a ocurrencia de videojuego.
Querido Manolo: disculpa que interrumpa (espero que no como un elefante en una cacharrería) en tu estupendo blog que sigo habitualmente, aunque es cierto que sin comentarios, aunque a veces no será por falta de ganas… Pero con este no puedo evitarlo porque , para mi, es el paradigma del comentario de izquierdas que está consiguiendo que , entre otras cosas, los barrios comunistas franceses hace años que estén votando a Le Pen en Francia. La izquierda, y la española en particular, han conseguido que el palabro FASCISTA haya dejado de tener algún significado… incluso yo me enfado cuando en Cataluña no me llamen fascista en una discusión política o cultural…Pego un texto, que no es mio, pero que comparto al 100%, por eso no pongo la firma del autor, ya que es como si lo hubiese escrito yo: (eso si, lo entrecomillo)
La decepción será insoportable cuando Giorgia Meloni no se comporte como la fascista que se espera de ella, sino como otra política canónica de la democracia italiana, donde la farsa populista marca el canon hace décadas. Los primeros decepcionados serán los antifascistas, cada vez más amenazados no por el avance del fascismo sino por la falta de lectores. Hay un progresista entrañable que necesita contarnos la vigencia de su lucha contra Mussolini, Hitler o Franco y sus inacabables reencarnaciones porque desea estar a la altura moral de su padre o de su abuelo, y de aquel cuento tan bonito de gendarmes y fascistas y estudiantes con flequillo. Pero mientras esta izquierda enganchada al jaco de la memoria pierde el tiempo en los talleres narrativos del gastado género de la distopía, la derecha se dedica a ganar elecciones.
Después de decepcionar a los partisanos más fogosos con el aquietamiento inexorable a los fajos de Bruselas, Meloni procederá a defraudar minuciosamente a los hermanos patriotas. Porque Meloni es fascista en la misma medida en que Raffaella Carrà era comunista. A la espera del tuit concernido de Bergoglio, podemos tranquilizar desde ya a Su Santidad: el nuevo Gobierno no va a prohibir el aborto ni el divorcio, mucho menos perseguirá al colectivo LGTBI -buena parte del PIB italiano-, y preservará la mala salud de hierro de la familia cristiana de la cual la propia primera ministra es un tormentoso ejemplo. En cuanto a la nostalgia de la lira, no confundamos los antojos de hotel de una prima donna con su voluntad real de mudarse a los Urales.
Lo probable es que Meloni disfrute de sus dos años de legislatura -siendo generosos- chupando cámara, al término de los cuales será puntualmente derribada por el enésimo biscotto en el seno de una coalición que no puede estirarse más de lo que permita el caucho facial de don Berlusconi. Ahora bien, la lección está ahí para quien quiera extraerla. Meloni ha ganado porque a la gente le gusta que su voto sirva para algo, sobre todo para protestar. Ella encarnaba la protesta contra Draghi, demasiado civilizado para la audiencia, y pronto emergerá alguien frente al cual Meloni parecerá una tecnócrata tediosa. El espectáculo debe continuar. Pero si la izquierda aspira a terciar en el ya hegemónico combate europeo entre centroderecha y nacionalpopulismo, debería dejar de abroncar al votante pobre que no entiende la jerga autorreferencial y paternalista con que pretende salvarlo una casta de pijos incapaces de disimular el desprecio que sienten por el pueblo real. Y luego que por qué gana la derecha.
Manolo, he intentado editar el post para poner las comillas prometidas, pero no acierto a hacerlo, así que no tengo más remedio que confesar el autor del comentario, no sea que alguien se piense que soy yo tan fino escribiendo…: el autor es el FASCISTA Jorge Bustos…
Hola, Jokin, gracias por tu amistad, que es recíproca, y porque entiendo que valoras tanto lo que se escribe en este blog que te has hecho acompañar por un peso pesado de la opinión, nada menos que el subdirector editorial de El Mundo. En mi defensa diré que he llamado a Giorgia Meloni fascista por dos razones. La primera, porque formalmente lo es, si llamamos fascistas (o neofascistas, si se quiere) a quienes militan en partidos de esta ideología, y Meloni ha militado desde muy joven en los “misinos” de Giorgio Almirante y en los sucesivos avatares de este entorno político. La segunda razón es que no encuentro otra palabra para definir a quienes tienen un programa cuyas proclamas identifico con las del régimen de Vichy, la república de Salò o el franquismo de nuestra infancia. Otra cosa distinta es que, en la situación actual, es improbable que Meloni pueda ir muy lejos con su “programa máximo” y, en este sentido, se quede en otro populismo con fecha de caducidad. Pero eso hay que verlo.
Algunos obreros votan a la extrema derecha, sí, pero no es porque yo u otros “pijos izquierdistas que despreciamos al pueblo”, como afirma gallardamente Jorge Bustos, llamemos fascistas a los fascistas. La cuestión es un poco más complicada. El socialismo clásico, y el comunismo, perdieron la batalla histórica a principios de los noventa, y todos en general, yo también, creímos ver un signo de esperanza en la llamada “sociedad abierta”. En treinta años, la hegemonía absoluta del neoliberalismo y después de una pavorosa crisis financiera mundial, entre otras desgracias, ha convertido el “proletariado” en “precariado” y ha despojado de su base material y, en consecuencia, de su cultura política, al 30% de la población para la que no tenemos otro modo de referirnos a ellos que llamarlos “pobres” o, como se dice ahora finamente, “vulnerables”. La izquierda puede hacer poco por ellos y cada intento en ese sentido (aumentar la fiscalidad a los ricos, topar el recibo de la luz, promover una cesta de la compra asequible) es respondido por quienes tú sabes con la típica mezcla de irritación, desprecio y agresividad, que se manifiestan, entre otros foros, en los medios donde escribe y perora Jorge Bustos. ¿Y ahora va a resultar que son los pijos izquierdistas los que desprecian al pueblo?
Y por último, intentaré explicar la razón por la que a Jorge Bustos y a la derecha les incomoda que se llame fascistas a los fascistas: porque salen de sus filas, porque les restan votos, porque les marcan la pauta. El populismo de derechas obtiene algunos votos en lo que antes se llamaba la clase obrera, cierto, históricamente ha sido así, pero no hay que engañarse. No hay muchos vecinos de Vallecas en las concentraciones de la plaza de Colón. Los votantes de Meloni y de Abascal son potencialmente los mismos que los de Berlusconi y Feijóo. A los pijos izquierdistas nunca nos verán en ese jardín.
Un abrazo cordial y mi agradecimiento por la atención que prestas a este blog.