Días entrañables. El gobierno de progreso o social-comunista, según sea la perspectiva del hablante, ha conseguido un momento de concordia a propósito del peliagudo problema de cuántos pobres sienta a la mesa. No habrá subida del salario mínimo pero la ejecución de los desahucios se suspende hasta la primavera y la hostelería, ese refugio de las almas perdidas, recibirá cuatro mil y pico millones en ayudas paliativas al desastre económico al que está abocada. La socialdemocracia es la dama de la caridad en un mundo dominado por la codicia neoliberal pero lo social es un negocio muy oneroso y poco productivo, y no cesan de recordarte que las buenas acciones que predicas las ejecutas con el dinero de todos, vale decir, con mi dinero, que no es tuyo. Volvemos a la navidad de toda la vida, la del Plácido de Berlanga.

La navidad es ocasión de retorno a lo tradicional, a lo consabido, y si, además de repartir mi dinero a los pobres, apruebas una ley de eutanasia y otra ley que fomenta la educación pública, la buena gente se asusta y se escora a la derecha. El regalo de esta navidad es un sistema de alarma y seguridad para blindar el chalé del asedio de los okupas. Los partidos de la plaza de Colón, los tres, ganan votos, lo que quiere decir que aún tienen reservas en caladeros inexplotados, mientras mengua el grosor de los  partidos del gobierno de izquierda. El pesoe absorbe energías de su socio morado mientras entrega parte de las suyas a los naranjos de derecha. Diríase que a la izquierda está el abismo, no la esperanza.

Entretanto, nos enteramos por doña Ayuso y don Casado que vivimos en un país cristiano, lo que provoca cierta perplejidad porque en las últimas décadas la navidad no la ha gestionado la conferencia episcopal sino elcorteinglés, que ahora también está en horas bajas por lo que todos sabemos. Nos reunimos en estas fechas, a riesgo de dar pábulo al virus, por los langostinos y los chistes del cuñado, no para recitar juntos el credo de Nicea.  Lo que celebramos es nuestro modo de vida, nos celebramos a nosotros mismos. Pero, ya que lo mencionas,  es verdad que el chavalín de Belén es un modelo de emprendedor. Nació en un corral pero construyó la empresa más exitosa de la historia, también en lo económico, que no haya equívocos, y si bien tuvo un final muy desgraciado -como si ahora un tribunal condenara a Jeff Bezos o a Mark Zuckerberg por abusones-, las acciones de su compañía son un valor seguro en tiempos de incertidumbre, eso dicen.

En unas horas reproduciremos frente al televisor la adoración de los pastorcillos al niño rey. Don Felipe se hará presente y nos dispensará la buena nueva. Una homilía familiar, trufada de empalagosos tópicos inanes que este año viene precedida por la expectativa picante de las referencias que pueda hacer a su descarriado padre. Ya les digo desde ahora que no va a hacer ninguna. Al contrario,  anunciará a los pastorcillos que don Juan Carlos no es su padre como san José no era el padre del otro, porque Jesusito y Felipito son de origen divino y han venido a salvarnos y los detalles sórdidamente terrenales están de sobra en estas fechas mágicas. Hala, basta de rollo. Corten.

Con los mejores deseos a los amigos y amigas de esta bitácora.