Un tipo se cree de clase media porque compra una sudadera en Decathlon. No es un eslogan publicitario sino una reflexión del amigo Quirón, ya añeja y que ha quedado imperecedera en la memoria porque atañe a una cuestión medular de la sociología política: ¿qué es la clase media? Hoy, Decathlon parece un almacén de ropa militar y de trabajo; Lidl, un economato de postguerra, y El Corte Inglés, una terminal de la industria china del textil y los abalorios, por mencionar tres marcas de consumo de clase media, la que lo es y la que aspira a serlo. Estos establecimientos, escaparates del capitalismo global, han rebajado notablemente la calidad y variedad de sus productos a la par que el precio para adaptarse a la deriva de su azacaneada clientela. Todo está en rebajas.
La clase media es la bandera en lo alto del castillo del capitalismo; el jamón en la cima de la cucaña al que miran desde el suelo los visitantes de la feria. La creación de una clase media no solo es el objetivo de la economía de mercado, también es la legitimación de cualquier régimen político, lo fue de la dictadura de Franco y lo es ahora del estado comunista en China. Los rusos han fracasado en su tránsito al nuevo mundo porque no han conseguido hacer visibles en su escaparate más que a oligarcas, mafiosos y espías, personajes de serie negra, alejados de la probidad y decencia de las clases medias. Y no hablemos de las sociedades árabes, donde las aspiraciones de la clase media, si existe, se ocultan bajo un océano textil de chilabas, kufiyas y burkas.
La clase media es un factor a la vez de dinamismo y equilibrio sociales. Lo primero porque sus aspiraciones mantienen en movimiento el mercado y en consecuencia acrecientan la riqueza; lo segundo porque constituyen una trinchera entre el poder inmarcesible de la clase alta y la desesperación potencialmente explosiva de las clases bajas. En su interior, sin embargo, reina la incertidumbre y el miedo porque su frágil estatus depende del empleo fijo, de rentas de pequeños negocios vulnerables y de actividades profesionales en la linde de la legalidad fiscal, y en último extremo de la benevolencia, que nunca es gratuita, de los poderosos. Esta incierta situación propende a una cólera irracional cuando las reglas del juego se ven modificadas por los operadores reales de la economía y los miembros de este estrato son los primeros en apuntarse a soluciones autoritarias y fascistas al menor temblor en el suelo que pisan. No quieren oír hablar de socialismo por lo que les evoca de retorno a la precariedad de la que han salido batiéndose a brazo partido, o como se dice con un anglicismo consolador, trabajando duro. La clase media compensa su precariedad material con un alto grado de integración cultural, vale decir, de aceptación del poder blando del capitalismo, que es infinitamente más seductor que cualquier otro sistema de propaganda. Mucho antes de que el individuo llegue a poseer los bienes y recursos que le acreditan como miembro de la clase media, se ha dejado seducir por sus brillos y promesas y esto es lo que explica un fenómeno ininteligible para la izquierda: pobres que votan a la derecha.
Y ahora viene la mala noticia. La clase media española adelgaza hasta las dimensiones que tenía hace veinte años. Los más de dos tercios de la población española que engrosan este estrato social han experimentado constantes pérdidas económicas y de expectativas sociales durante dos décadas. La física teórica aspira a encontrar una teoría sencilla que explique la totalidad del universo; pues bien, la caída de la clase media explica la totalidad de los fenómenos de nuestro universo político. La fragmentación del arco parlamentario refleja la imposibilidad de encontrar un enfoque satisfactorio a este declive y las pugnas en política fiscal, laboral, territorial o educativa no son más que intentos de reformulación de su estatus. No habrá paz en el gallinero hasta que una sola fuerza consiga la hegemonía con un discurso convincente para la clase media, ya sea la establecida o la que aspira a serlo.