Crónicas de la peste XLIV

El título de esta entrada resonará en la memoria de los letraheridos que devoramos las lecturas del famoso boom en los años setenta e idolatramos a sus autores. Pero es improbable que a los menores de cincuenta, si hay alguno entre los seguidores de esta bitácora, les diga nada. El ogro filantrópico es un libro de Octavio Paz que acoge un ramillete de ensayos sobre el poder del estado burocrático. A grandes rasgos, el contenido se puede resumir como la crítica a una entidad todopoderosa, el ogro, que provee de servicios y bienestar a los ciudadanos, el filántropo, al precio de arrebatarles la libertad. Paz era sobre todo un poeta, memorable más por la melodía de sus textos, también en prosa, que por su enjundia analítica, así que el título del ensayo es más impactante que su contenido. En el autor se daba además la paradoja de que era el sumo sacerdote de las letras mexicanas, muy influyente en la vasta red de publicaciones y editoriales que promocionaban u obliteraran a este o a aquel autor en un estado bajo la férula del partido único, como era México en su época. ¿A qué vienen estas remembranzas de viejo? Pues a que el término ogro filantrópico aparece reproducido en un manifiesto contra el confinamiento por la peste que ayer mismo hicieron público los tres mosqueteros de la libertad: don Vargas Llosa, don Aznar y doña Cayetana. Vale la pena repasar la historia de este ogro y de sus detractores.

Una tertulia celebrada en televisión española en algún momento de los años noventa, pastoreada por la entonces rutilante Victoria Prego, reunió en el plató a seis estrellas literarias (aquellos sí que eran influencers), a saber: Juan Goytisolo, Mario Vargas Llosa, Jorge Semprún, Octavio Paz, Manuel Vázquez Montalbán y Fernando Savater. En aquel momento, Fukuyama ya había decretado el fin de la historia, el neoliberalismo era hegemónico en el mundo y los tertulianos, todos procedentes de la izquierda, hacían ostensibles esfuerzos dialécticos para reequilibrar su posición en el nuevo escenario. El más desenvuelto en esta tesitura era Vargas Llosa, que había renunciado a sus veleidades izquierdistas de juventud para abrazar el credo liberal, y el más comprometido con su pasado, Paz. Así que el primero se dedicó a hostigar al segundo, en clara retirada. Vargas Llosa sostuvo en aquella época que la dictadura perfecta era la que encarnaba el estado mexicano del pri al que, lo quisiera o no, representaba Paz. Ahora, al recordar el ogro filantrópico, don Vargas perpetra una póstuma venganza contra el antiguo pope y de paso hunde otro clavo en la tapa del féretro donde yace su propio pasado. La condición de intelectual consiste básicamente en navegar con éxito por aguas turbulentas y corrientes imprevistas.

Pero volvamos al presente. ¿Qué dice el manifiesto de los tres mosqueteros? Pues una sarta de naderías consabidas. Podemos imaginar el ataque de celos que han debido sufrir los autores al comprobar que el virus de la peste es más liberal que ellos, pues transita, medra, mercadea y se expresa con absoluta despreocupación de las fronteras y a una velocidad que para sí quisiera el dinero que fluye por los canales telemáticos de las corporaciones financieras. Por lo demás, la peste está a punto de conseguir el sueño que ni los liberales más arriscados se atreven a formular: destruir el estado, ni ogro ni filantrópico. Los autores acusan el ridículo infligido a sus afanes por este organismo nanoscópico y pretenden que se le deje actuar sin restricciones, en la confianza de hacer de él un aliado para sus fines. Matará viejos y enfermos, pero liberará de gasto al erario público; se cebará en poblaciones deprimidas, pero ganarán los más fuertes para concurrir al mercado; cerrará negocios, pero fomentará la destrucción creativa. Etcétera. El manifiesto hace pensar en el pobre pupilo al que va dirigido en primer lugar, don Casado, ese joven de menguadica formación en la universidad de Harvardvaca, que jamás había oído hablar del ogro filantrópico y está condenado a operar sintiendo en el cogote el aliento de los tres mosqueteros, que más bien son la familia Adams.