La administración pública se sumerge en el lirismo. Los ministerios, departamentos y unidades administrativas reciben nombres como endecasílabos, seductores más que precisos. Lo que antaño fueron términos inequívocos, referidos a significados netos que aludían a competencias del gobierno en relación con la ciudadanía –los impuestos, el ejército, la sanidad, la gobernación, etcétera- se convierten en metáforas que flotan libremente en la imaginación del poder político y se encuentran fortuitamente como una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección, que decían los surrealistas. En la remota provincia subpirenaica, un departamento del gobierno regional se titula políticas migratorias y justicia, y el departamento homólogo en la comisión europea tiene rango de vicepresidencia y ha recibido el untuoso nombre de estilo de vida europeo. En la provincia aún parece quedar una cierta querencia por la prosa administrativa, y un cierto rescoldo de culpa moral que relaciona la inmigración con la justicia, pero en Bruselas la lírica está desatada. Endosar el tratamiento de la inmigración a un departamento de estilo de vida europeo, lo que quiera que sea eso, significa poner en el frontispicio del ministerio correspondiente: nosotros somos rubios, vosotros sois morenos, a ver cómo lo arreglamos.
Para que el contraste no sea demasiado hiriente para los recién llegados, han puesto en la ventanilla a un griego, que en los parámetros bruselenses es lo más parecido a un inmigrante sin serlo. Don Margaritis Schinas, que así se llama el encomendero (en la doble acepción del diccionario rae), va a ser responsable de toda la cadena migratoria (¿?), que deberá gestionar con un enfoque transversal y un concepto sostenible de migración, en palabras de frau von der Leyen, que le ha puesto al cargo. Transversalidad y sostenibilidad son nociones inasibles, muletillas del discurso político que más parecen las cadenas rodantes de un camión-oruga. Pero demuestran que el estro poético se ha vaciado en el nombre del departamento, lo que viene a partir de ahora es prosa. Europa se parece cada vez más a un parque temático llamado Europa, endogámico y previsible, y enamorado de sí mismo, en el que sus habitantes pasan el tiempo contemplando las viejas fotografías de familia y confundiendo sus manías y obsesiones con un estilo de vida. Hay en esta actitud ensimismada y pasiva, que impregna las instituciones comunitarias, un sesgo suicida del que se nutre la extrema derecha. ¿De qué sirve la inmigración si no es para abrirnos a una realidad más ancha y prometedora que nuestro estilo de vida?