En ausencia de materia y energía, el espacio-tiempo es plano, no tiene curvatura. Pero cuando hay materia/energía, el espacio-tiempo se curva, siendo la curvatura más pronunciada en aquellas regiones donde la acumulación de materia/energía es mayor. (Teoría de la relatividad general)
A la descomunal figura del guerrero que preside el monumento al tercio de la legión erigido en Madrid por el alcalde don Almeida le falta un aderezo: la cabeza anónima y sangrante de un cabileño bereber o de un bracero andaluz ensartada en la punta de la bayoneta. El llamado tercio de extranjeros fue un cuerpo creado por el teniente coronel don José Millán Astray, que tuvo como lugarteniente al comandante Francisco Franco, para las luchas a sangre y fuego en la aventura tardocolonial de África, donde no se hacían prisioneros y las vidas valían nada. Esta mentalidad africanista que ensalza la muerte la trajeron a la Península los dos arriba mencionados cuando decidieron iniciar la guerra de los abuelos de la que habla don Feijóo. La legión no es un cuerpo especialmente eficiente porque su objetivo no era ganar batallas en una guerra moderna sino infundir terror en un adversario peor armado antes de degollarlo, como se transparenta en las arengas radiofónicas de otro general africanista, Queipo de Llano, recién exhumado de su nidito funerario al cobijo de la virgen macarena.
Los españoles, ni los de ahora ni los de antes, tenemos ninguna deuda contraída con la legión, porque nunca defendió la patria de la manera que lo hicieron, digamos, los aviadores de la raf en la batalla de Inglaterra. No obstante, este cuerpo está tan ensoberbecido en su propia leyenda que desfila en la fiesta mayor con una cabra al frente sin que nadie advierta el ridículo, porque, para seguir con las comparaciones, una cabra no tiene el valor militar de las palomas mensajeras, los caballos de monta, las acémilas de carga o los perros de rastreo, que sí tienen erigido un monumento en Londres. Una cabra es más bien un botín de guerra para merendar después del arrasamiento de una cábila.
El regreso a épocas oscuras, como la que representa el legionario inmóvil de Madrid, no siempre se hace bajo el caudillaje de individuos extravagantes y gritones. A menudo, los primero hitos los plantan personajes dizque moderados, como el alcalde don Almeida o el candidato don Feijóo, que tontean con la ola negra que se acerca a la playa, no se sabe si por convicción o por conveniencia, y en este tránsito encuentran apoyos en estamentos sociales e institucionales, ya sea por pereza o por interés, como el del juez que decretó que no estaba probada la participación de don Millán Astray en el golpe de los generales que dio lugar a la guerra civil y a la interminable dictadura subsiguiente, ahora de nuevo en busca de legitimidad y de monumentos que la recuerden.
La memoria democrática y la ley que la sustancia parecen llegar tarde, después de ochenta años de aletargamiento, la mitad de los cuales lo fue a la fuerza y la segunda mitad por libre decisión de quienes gobernaron la democracia. Ahora, ni siquiera se puede invocar el modelo de los países europeos que nos rodean, todos ellos aquejados en mayor o menor medida por la querencia del neofascismo: en el gobierno en Italia o disputando la presidencia de la república en Francia, para citar solo dos ejemplos inmediatos. En esta tesitura, el alcalde de Madrid ha situado sobre nuestras cabezas a un legionario en actitud de carga a la bayoneta calada para tranquilidad de unos y advertencia a otros. El espacio-tiempo se curva y su efecto gravitatorio bien puede arrastrarnos al pasado si se acumula materia/energía suficiente.