Como sabemos, cada verano acaba el mundo. Los canales que nos tienen conectados con el exterior emiten sin descanso noticias de incendios, inundaciones, accidentes de tráfico, plagas de medusas en la playa, intoxicaciones alimentarias y otros incidentes que recuerdan nuestra fragilidad congénita, aderezados este año con los lamentos de hosteleros, el desplome del peibé sobre nuestra cabezas y envueltos todos en la desgracia por excelencia a la que asistimos emboscados tras la mascarilla. Hay que vivir en un país mediterráneo para experimentar la vertiginosa imbricación entre holganza y desastre. Para pasar el trance hay ciertos recursos disponibles: cerveza en el frigo y la esperanza de que llegará el otoño. Recursos que ahora también están en cuestión. Queda cerveza pero nada sabemos del otoño como tránsito hacia un tiempo más llevadero. Si viene frío tal vez devuelva vigor a la pandemia, pero también es probable que el otoño deje de ser el tránsito hacia el invierno y mude en un verano más prolongado como efecto del cambio climático. Para no hablar del peibé. De momento, arde Siberia.
Podemos acostumbrarnos a que Galicia sea una entidad combustible que cumple su ciclo en cada estío y en la que siempre gana la derecha pero Siberia es una reserva de la imaginación, como la Amazonia, que ya ardió el año pasado. Ahora, el permafrost se derrite y el sólido suelo en el que nació y ha vivido la humanidad se convierte en una aguachirle que nos devuelve al estadio anterior de la evolución en que éramos ranas. La onu advierte de las consecuencias globales, aclara piadosamente la noticia. Luego, la mirada se desplaza a las playas pobladas de cuerpos desnuditos, como los réprobos y suplicantes en los frescos medievales del juicio final, pero con un aderezo indumentario ridículo que nos tapa la boca. Pereceremos en la llamas del cambio climático, despedazados por los acreedores de nuestra deuda pública o devorados en un festín vírico.
El lector ya habrá adivinado a estas alturas que el autor necesita un descanso. Si fuera Thomas Mann se iría al balneario de Davos, pero no es el caso del autor ni de Davos, convertido en una cochiquera donde los plutócratas del mundo exudan sus ocurrencias. Ya ven que la cosa está malita, así que, en las próximas semanas, las entradas de esta bitácora serán más espaciadas y al albur del buen ánimo del personaje que las perpetra. Todavía queda cerveza en el frigo y el apocalipsis se ve tamizado a través de la persiana. Buen verano.