Uno de los personajes más repulsivos y fascinantes a la vez del cine último es el que interpreta Samuel L. Jackson en la película de Quentin Tarantino, Django desencadenado: un sirviente diabólico del tenebroso dueño de la plantación sureña. Siempre que los papeles traen de actualidad al portavoz voxiano don Ndongo es inevitable que este personaje cinematográfico venga a mientes. Lo que fascina de él es la malicia que pone al servicio de los intereses de quien objetivamente debería ser su adversario. No decimos que don Ndongo sea tan interesante como el personaje de Samuel L. Jackson, más bien parece su encarnación paródica, pero no hay duda de que pertenecen al mismo arquetipo.
No es una figura nueva y desde el siglo XIX se la ha llamado Tío Tom. Pero tanto el personaje de ficción creado por Tarantino como el personaje real creado por vox representan una destilación del modelo imaginado por la escritora Harriet Beecher Stowe, que por cierto era abolicionista, adaptada a este tiempo en el que la abolición es un hecho histórico y todos somos, o parecemos, iguales. Hay otra huella, también cinematográfica, de esta figura distópica. La película Lacombe Lucien, del director Louis Malle, versa sobre una banda de matones y extorsionistas franceses al servicio de la Gestapo en la Francia ocupada; uno de estos criminales es un africano de piel negra. Al espectador le parece incongruente, pero incongruente ¿por qué?
El racismo es un prejuicio basado en estereotipos y políticamente puede ser de doble dirección. Un brillante diálogo en Mula de Clint Eastwood (hoy vamos de pelis) lo cuenta así: el vejete blanco que interpreta Eastwood, acompañado por dos narcotraficantes latinos, se ha detenido a tomar un tentempié en un bar de carretera donde solo hay blancos, que no cesan de mirar al trío, los narcos se mosquean y se preguntan por qué los miran, a lo que el personaje de Eastwood responde con sorna, porque sois un par de frijoles en su tarta de manzana. Don Ndongo es el frijol en nuestra tarta progre de prejuicios raciales. Al sumarse a vox y demostrar que puede ser tan zafio y brutal como sus jefes blancos, don Ndongo alcanza el estatus de ellos, se vuelve blanco y, como se diría en un lenguaje políticamente correcto, rompe un estereotipo racial. Los españoles no estamos acostumbrados a estos experimentos; incluso hemos olvidado, si es que lo hemos sabido alguna vez, que hay un país del interior de África que fue colonia española hasta fecha tan reciente como 1968. Algo quedaría allí de nuestro carácter nacional, que con tanto ahínco rescatan ahora los voxianos. Bienvenido, señor Ndongo, al reñidero. Y no se corte, que hay barra libre.