El azar ha querido que la eclosión del movimiento antirracista black lives matter haya coincidido en el tiempo con el sexagésimo aniversario de la independencia de la República del Congo, lo que ha dado ocasión al rey de Bélgica a arrodillarse con el resto de los manifestantes y pedir disculpas a los congoleños por los abusos cometidos durante la colonización de ese país. La expresión de las disculpas, tal como se ofrece en los medios, tiene un par de desajustes históricos chirriantes. El primero es que el Congo belga, como se le llamaba entonces, no fue en inicio una colonia de este país sino una propiedad privada de su rey, Leopoldo II, sobre la que este ejercía personalmente un dominio absoluto: esquilmaba sus riquezas y explotaba a la población en régimen de esclavitud y solo más tarde, el dominio de la colonia pasó al estado belga, que siguió con su explotación quizá guardando un poco más las formas, si es que el colonialismo era cuestión de etiqueta. De modo que las disculpas del actual rey Felipe (otro Felipe) deberían entenderse a título personal por los desmanes cometidos por el fundador del negocio familiar, igual que las empresas alemanas piden disculpas a las víctimas que emplearon en régimen de esclavitud durante el nazismo.

El segundo desajuste de la real disculpa está en que se haya hecho por los abusos cometidos. Abuso es un término notoriamente insuficiente e inexacto porque el régimen de explotación de los recursos naturales y de la población nativa fue un sistema punitivo horroroso, dictado e implementado por el rey y su camarilla, que incluía el asesinato, la mutilación y el arrasamiento de aldeas enteras, y tuvo como consecuencia la aniquilación de un número indeterminado de nativos, cifrado en varios millones. En el periodo en que el territorio estuvo bajo la férula personal de Leopoldo se llamó Estado Independiente del Congo, aunque la independencia del título debe entenderse del estado belga y los horrores que tenían lugar en aquel régimen fueron conocidos en su época y dieron lugar a la primera campaña internacional contra el colonialismo que registra la historia, como se lee en el imprescindible libro de Adam Hochschild, El fantasma de rey Leopoldo, disponible en castellano en traducción de José Luis Gil Aristu.

Hay dos visiones de la experiencia colonial, inevitables y enfrentadas. La de los europeos de las naciones imperialistas, cuando estos han (hemos) superado la ignorancia de los hechos, sea circunstancial o voluntaria, es de compasión por las víctimas y de espanto por los acontecimientos imputables a antepasados que actuaban bajo las banderas y los valores que aún son en gran medida nuestros, pero de los que no queremos ser responsables. En cierto sentido, es lógico; no lo somos y no podemos fingir lo contrario. Esta actitud de los blancos, tentativa, cautelosa, inquieta, mezcla de curiosidad por los hechos y de temor a conocerlos en su crudeza, se reproduce en las disculpas del actual rey belga y está destilada maravillosamente en la novela de Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, inspirada por la situación del Congo del rey Leopoldo.

Para los nativos africanos, americanos y australianos, la colonización no es una cuestión moral sino histórica y sus efectos están de plena actualidad. El imperialismo destruyó sus sociedades e instituciones (léase Todo se desmorona, de Chinua Achebe), sometió a sus gentes e introdujo un estado de alienación y dependencia respecto a los colonizadores, que no han superado. Una prueba irrefutable son las interminables guerras civiles, intervenidas por las ex metrópolis, que siguieron a la independencia de estos países entonces llamados del tercer mundo, de la que la república del Congo es un caso paradigmático.

La independencia del Congo belga no está tan lejana en el tiempo como para que los más viejos del lugar no nos acordemos del eco que tuvo entre nosotros, habitantes entonces del feliz sueño franquista. Dos recuerdos ilustran la memoria de aquella circunstancia: la noticia de unas monjas violadas por los rebeldes congoleños y repatriadas fueron un escándalo soterrado y perturbador en aquel tiempo en que vivíamos bajo el manto de la inmaculada concepción. El segundo recuerdo es más liviano y grotesco, un estribillo muy popular que decía: Katanga, Lumumba, Lumumba, Katanga / ¿qué pasa en el Congo?/ que a todo blanco que pillan lo hacen mondongo/. Muchos, muchos años después, un compañero de redacción, dizque maestro de periodistas y muy erudito aseguraba que Patrice Lumumba, el primer presidente de la república congoleña independiente, asesinado, usaba gafas para parecer intelectual. A su juicio, los negros no tienen derecho a la miopía. Y muchos, muchos años después, una vieja dama muy querida del escribidor se asombraba de que un vecino subsahariano recién llegado al barrio utilizara un telefonillo móvil, y lo decía en voz alta y desenvuelta, como si el vecino no estuviera delante. Y ahora va el rey de los belgas y pide disculpas. Como si hace el pino.