A la edad de quien teclea estas líneas, la memoria le ofrece el pasado como un mosaico inabarcable e ininteligible, salpicado de calvas de las que han desaparecido muchas teselas que habrían de componer el cuadro. A menudo estas piezas se desprenden ante sus ojos mientras vaga por la calle. Elizburu, Galle, Ayestarán, Tiberio, son nombres de acreditados comercios que durante la vida del memorioso marcaron largamente el tono y el estilo de consumo de las clases medias de la ciudad, en los que él mismo participaba. Ahora cierran el negocio y emprenden viaje al olvido, que llegará muy pronto. El lugar que ocuparon en la vida de la ciudad es una bajera vacía, sombría y polvorienta, sellada por una persiana metálica con un cartel de la agencia inmobiliaria que anuncia su disponibilidad.
La parcela de los Salesianos, el colegio en el que se formaron los obreros especializados que hicieron posible la industrialización de la provincia en los años sesenta, es un cementerio de escombros. Los curas han dado un buen pelotazo, han trasladado el negocio a otro barrio más productivo para sus fines y en la céntrica parcela se erigirá un complejo de viviendas. Curas y promotores inmobiliarios: la industria nacional. El paseante da en pensar que no pocos ex alumnos del colegio habrían agradecido que se les ofreciera la oportunidad de participar en el derribo con algunos mazazos entusiastas a estos muros. La destrucción creativa (Schumpeter dixit) adquiere otras formas en otros lugares.
La furia iconoclasta que recorre estos días diversos países y que tiene su diana en las efigies de próceres del primer capitalismo globalizado, y singularmente de su fundador y pionero, Cristóbal Colón, que ya ha sido decapitado y emplumado en varias ciudades, ha alcanzado también en la localidad inglesa a Poole a la efigie de Baden Powell de Gilwell (1857-1941), el fundador de la secta juvenil de la pañoleta al cuello de la que este escribidor fue miembro feliz en los inciertos años de la adolescencia.
Naturaleza, acampadas bajo las estrellas, juegos de destreza, un toque elitista, unas pinceladas de tenue militarismo y una cierta retórica de servicio. En la remota provincia, el tinglado estaba al mando de los curas pero significaba unos días fuera de casa, horizontes inalcanzables de otro modo y un orden ajeno a las constricciones de la familia y del colegio. En cierto momento, digamos a los dieciséis o diecisiete años, esta oferta ha colmado sus objetivos y lo dejas. No hay motivo para la nostalgia por aquellas horas ya idas y si acaso un poco de vergüenza retrospectiva por el artificio de insignias y gallardetes de una adolescencia que aspiraba sin decirlo a ser eterna. Baden Powell, el creador de la franquicia, fue un militar al servicio del imperio británico al que los iconoclastas le imputan ahora los cargos de homofobia y admiración por Hitler, atribuibles a la mayor parte de las clases dirigentes europeas de la época. El ayuntamiento de Poole ha guardado en un almacén la efigie del prócer a la espera de la ocasión para reponerla en el pedestal. La ocasión no llegará.