Crónicas de agosto, 4

El estado de ánimo del ciudadano que se acerca a la urna electoral puede ser muy variado: eufórico, indiferente, rabioso, pusilánime, racionalista, etcétera, porque todos ellos caben en el mecanismo que relaciona el acto de votar y las expectativas del votante. Pero hace falta un cierto coraje moral o, a la inversa, una buena dosis de cinismo, si sabes que tu voto servirá para aupar a un presunto delincuente. Y, sin embargo, hay una alta probabilidad de que sea así. El derecho consagra la presunción de inocencia del acusado hasta que se dicte sentencia; pero el acusado no sería tal si previamente no hubiera sido un presunto delincuente en opinión de la policía que le ha investigado y llevado al banquillo. La presunción de inocencia es un concepto necesariamente restrictivo, garantista con los derechos del individuo y sometido a las pruebas aportadas; la presunción de delincuencia, por el contrario, es una noción apriorística, que depende de la confianza que destila el comportamiento del individuo. La sospecha es una herramienta de la justicia y de la razón. Esta mañana se ha investido presidenta de la región de Madrid a una presunta delincuente, último vástago de una familia política donde la corrupción ha sido sistémica.

El aceite pesado de la corrupción no puede limpiarse fácilmente del tejido partidario que ha impregnado. La razón es precisamente la urdimbre del partido, de todos los partidos, obligados por el sistema electoral a ser organizaciones cerradas, centralizadas, jerárquicas y ocupadas por individuos que aportan una lealtad ciega a cambio de alguna clase de retribución. Los partidos españoles son estructuras tribales, en las que la necesaria confianza interna la dan los lazos familiares y de amistad, más que los acuerdos ideológicos o las aportaciones de utilidad política. En estas organizaciones, la cúpula directiva debe proveer de recompensas a la vasta base social que la sostiene: sueldos, gajes, favores y mamandurrias. Es imposible gestionar esta demanda sin incurrir a cada paso en alguna forma  de corruptela. La hermana del recién llegado presidente del gobierno andaluz ha obtenido una plaza de empleo público en un concurso de méritos con menos puntos que alguna de sus competidoras. Ante la protesta de las concursantes preteridas por esta decisión, el organismo que ha otorgado la plaza ha argüido que en el caso de la hermana del presidente se tuvieron en cuenta otros criterios de valoración más allá de la antigüedad y el mérito. La agraciada con la plaza ha protestado: ¿por ser ‘hermana de’ no puedo optar a nada en mi vida?, que es el envés del mismo argumento: ya que soy ‘hermana de’ puedo optar a algo en mi vida. Y conseguirlo.