Si el pepé quería dejar con su última manifestación pública el peor recuerdo posible en quienes no pertenecen a su parroquia no podía haber elegido a nadie mejor que a su portavoz parlamentario para enfrentar las razones de su partido a las del candidato. Don Hernando, engallado, desafiante, matón, ha asperjado invectivas, falsedades, acusaciones, ataques personales, suposiciones falsas, a derecha e izquierda, en un ajuste de cuentas frenético, resentido, universal, y lo ha hecho con su característico ademán de perdonavidas, inclinada la cabeza, entornados los párpados y escupiendo las palabras por la comisura de los labios. El jefe se había ausentado, lo que parecía autorizar al sicario a gastar toda la munición que quisiera en no dejar títere con cabeza. El estilo del portavoz revelaba todo lo que la política tiene de visceral, odioso, histriónico, y esta crudeza, curiosamente, ofrecía un extraño consuelo. Los diputados de su partido, inesperadamente huérfanos, le premiaron con un interminable aplauso que evidentemente se dedicaban a sí mismos.

Enfrente, los ganadores de la moción paladeaban su victoria mientras les llovían los improperios y la última voz del gobierno caído se desgañitaba en el vacío. Don Sánchez acertó en la réplica: ¿se ha preguntado usted por qué se han quedado solos? La biliosa intervención del portavoz tuvo el efecto de una tormenta de verano: clareó la atmósfera y permitió comprender, después de tantas horas de debate prolijo y a menudo tramposo, que cualquier alternativa es mejor que un gobierno y un partido cuyo portavoz es don Hernando. Una cosa es segura: nunca le echaremos en falta, y otra también lo es: la retahíla de beneficios de su gobierno, que, cansino y atropellado, leyó en un papel porque lo suyo no es dar buenas noticias, no se debe a su esfuerzo e interés, ni aunque los beneficios que pregona sean ciertos. Todo puede ir mal en lo sucesivo, pero ya no tendremos que aguantar su agresividad ni su malevolencia.