El oficio de portavoz político es muy desagradecido. Las noticias de lucimiento las da directamente el jefe y al portavoz solo se le requiere cuando el partido o el gobierno han perdido los papeles y hay que enseñar los colmillos. Es un trabajo que te tiene que gustar mucho o que lo adoptas por defecto, reconociendo que no sirves para otra cosa. El sicario de la famiglia  aparece en los momentos complicados para el negocio y sus intervenciones tienen una doble función: intimidar al adversario y levantar el ánimo de los de casa. En este cometido, hay buenos y malos profesionales, como en todos los oficios. Los buenos tienen un estilo inconfundible y don Rafael Hernando es uno de los mejores. Sus intervenciones aparecen envueltas en un aparato gestual característico: inclina a un lado la cabeza sobre el acantilado de micrófonos que tiene enfrente, entorna los párpados y escupe la invectiva por la comisura de los labios entrecerrados, con una insuperable mezcla de eficacia vengativa y desdén por el adversario. Las réplicas del portavoz no han de ser estruendosas ni masivas y deben hacerse con la mayor economía de medios posible, como un disparo de pistola con silenciador o mejor aún, un proyectil de cerbatana impregnado de curare. El aludido por la invectiva debe salir del lance con una herida que le recuerde para siempre con quién se enfrenta. En este sentido, la obra maestra absoluta de don Hernando fue su alusión a los esfuerzos de las familias de los fusilados por el franquismo.

Un agente con licencia para matar, sin embargo, no es un general de campo ni un estratega de estado mayor y su labor resulta menos eficaz cuando ha de desenvolverse en un frente amplio. Esto se ha visto en la penúltima aparición de don Hernando cuando ha tenido que intervenir en el sindiós en que se está convirtiendo la cuestión catalana para el gobierno y el pepé. La irrupción del ministro de hacienda asegurando que las acciones presuntamente delictivas del prusés no fueron financiadas por dinero público desmonta la acusación de malversación de fondos imputada a los líderes independentistas. Si el gobierno central hizo bien su trabajo de control de los fondos públicos, no hubo malversación, y si hubo malversación, don Montoro no hizo bien su trabajo. Imaginamos el revuelo que esta diáfana proposición ha levantado en el macizo de la raza que sostiene al pepé. Llevan décadas aceptando por patriotismo una corrupción rampante y endémica, y, cuando llega la oportunidad de imputarla al enemigo de la patria, resulta que su propio ministro de hacienda les priva del regodeo. Hala, Hernando, sal a la cancha y arréglalo. En esta ocasión no se trata de disparar sobre un adversario inerme sino de sofocar una rebelión en las propias filas. Y aquí es donde se han visto las limitaciones del enviado. El adversario no es Montoro, son los independentistas como antes fue eta, ha proclamado. Sus invectivas, de ordinario tan afiladas y letales, se han convertido en un aspaviento para retener la atención del electorado del pepé en el foco deseado por el gobierno. Portavoces, francotiradores, cimarrones, líderes del aire, arribistas y simples chiflados, la política del país está en manos de una fauna rarísima cuyo protagonismo pone de relieve el cuarteamiento de los partidos, el vaivén de la agenda pública y la escasa credibilidad de las instituciones.

P.S. El agente con licencia para matar está ahora rodeado. Los ciudadanos, la banda amiga/competidora, que disputa el predio a la suya, no suelta la presa y el portavoz se lamenta: se comportan con nosotros como panteras. Nada hay más desconcertante que el gimoteo de un killer. ¿Qué van a pensar sus seguidores?