Felipe González ha invitado a su partido al suicidio mediante el procedimiento de abstenerse ante un gobierno de la derecha. Es lo que probablemente iba a ocurrir en todo caso después del veintiséis de junio pero llama la atención, o quizás no, que el provecto líder no haya sido capaz de reprimir la vanidad de ser el primero en anunciarlo. Los que le pagan el sueldo han debido urgirle a que se dejara de circunloquios y se lo ganara de verdad. Pero no hay duda de que está personalmente motivado. La opinión de Felipe debe entenderse como un oráculo o a un ucase para su gente porque viene del personaje que refundó el partido y lo dirigió durante un largo periodo que la mitología socialista ha elevado a la más alta ocasión que vieron los siglos. Si no puedes ser mío, no serás de nadie, ha debido pensar el fundador de la empresa ante la insoportable idea de que la obra de su vida quedara al albur de los advenedizos podemitas. Imaginamos la cara que se le ha debido poner al desnortado y débil Sánchez al saber que está al frente de un negocio en liquidación. La misma que se le pone al visitante de El Prado ante el cuadro de Saturno devorando a sus hijos. Felipe asaltó la vieja y durmiente estructura del pesoe en el exilio republicano, defenestró a su dirigencia, ahormó el partido a sus designios y pilotó con éxito la navegación de un gobierno con mayoría absoluta en un tiempo en que Europa nos abría los brazos y no había más alternativa en la palestra que el pesoe o el retorno a los modos de la dictadura. Todos los males de nuestra democracia se incubaron bajo su mandato: la estructura clientelar de la política, la corrupción, la debilidad de las instituciones bajo el imperio de los partidos, un modelo productivo basado en el ladrillo y en las ayudas europeas, la primacía a los poderes financieros y un conformismo letal en la izquierda, desarmada de recursos ideológicos y discursivos. A partir de los años noventa, la derecha se limitó a normalizar la situación creada por el felipismo y a ampliar sus rasgos más tóxicos hasta que han derivado en metástasis, sin que se registrara resistencia alguna por parte de los socialistas, cuyo canto del cisne fue la ampliación de los derechos civiles impulsada por el gobierno de Zapatero, a la vez que entregaba la nación a las exigencias de los mercados. La fecha de defunción de la alternancia o del bipartidismo, como también se llama, puede situarse el 23 de agosto de 2011 en que pesoe y pepé acordaron la reforma del artículo 135 de la Constitución para situar los derechos de los acreedores financieros del estado por encima de los derechos de sus ciudadanos. En ese momento, el pesoe quedó herido de muerte. La agonía de Rubalcaba, un político de calidad acreditada, y la del candidato Sánchez después, no son sino efectos de aquella implosión ejecutada de tapadillo. El mismo día en que Felipe sugiere la liquidación del pesoe, los medios informan del desconcierto entre candidatos y cuadros socialistas sobre la caída del partido en los sondeos. Ese fue otro efecto de la política felipista: la alienación de sus partidarios hasta el punto de no ser capaces de reconocer la realidad. Para el egregio líder ha debido significar un placer recordárselo: que se enteren de quién es el que sabe.
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