Le invito a examinar, desocupado lector, cómo resuena en usted la consigna que titula esta entrada.  Si no me equivoco, descubrirá sentimientos encontrados, contradictorios y seguramente confusos. Hay pocos términos como éste en el vocabulario político más íntimos y en consecuencia más inextricables y potencialmente conflictivos. Patria designa el espacio geográfico donde se ha nacido o en el que se vive de antiguo, cuya población está organizada de acuerdo con un sistema político y jurídico común: Hasta aquí ningún problema. Pero la etimología de la palabra procede del femenino del adjetivo latino patrius que significa relativo al padre, lo que arrastra connotaciones de tribu, linaje, propiedad y dominación. Este grumo significante enraíza el término patria en el antiguo régimen. Las revoluciones liberales del diecinueve democratizaron su significado haciéndolo común y compartido por la nación, es decir, por el conjunto de la población sin distinción de linajes y castas. Hasta aquí tampoco hay problema. Pero en nombre de la patria, la burguesía explotó de manera inmisericorde al proletariado y envió legiones de ciudadanos como carne de cañón a guerras imperialistas y coloniales, así que el internacionalismo socialista que vino después proscribió el término hasta que más tarde la reacción antiilustrada que nutrió el fascismo puso la patria en el frontispicio de su programa totalitario. En España, este baldón estuvo vigente con la dictadura franquista hasta los años setenta del pasado siglo y condicionó a la generación que hizo la transición, la cual, en un ejercicio de political correctness, sustituyóel término patria por otros más neutros y aparentemente funcionales, como país o estado. La última vez que se utilizó el término patriota como seña de identidad política fue en este rincón de la península (es lo que significa la palabra abertzale en vascuence) y estuvo directamente asociado al asesinato y el hostigamiento de los adversarios políticos en lo que quizás sea la última expresión, por ahora, del fascismo europeo. En resumen, a los denostados progres de nuestra generación, entre los que me cuento, la patria nos produce una alergia instintiva, en gran medida irreflexiva; y, a su turno, la derecha neoliberal también ha abandonado el término fetiche por otro más pertinente a sus intereses y tan omnipotente como lo fue antaño la patria: los mercados. Y he aquí que la palabra proscrita es elevada al candelero por los podemitas. El coletas ha echado mano de una vieja y olvidada prenda del armario de la historia y se la ha calzado para salir a la calle. Gran escándalo en el establecimiento. Los tiempos de cambio se caracterizan por un reencuentro de viejos significantes con nuevos significados. No hay nada nuevo bajo el sol… excepto quienes disfrutan de su energía y le ponen nombre. La apropiación podemita de la patria indica, uno, que a esta formación le importan un bledo los prejuicios lingüísticos y de otra índole de los progres viejunos, y, dos, que está dispuesta a ensanchar hasta donde sea necesario el campo semántico de la política con el fin de despertar emociones que se traduzcan en votos. Es innegable que patria es un término populista, pero ¿cómo llamar  al sentimiento universal que anima a la roja?,  ¿qué nombre dar a la pérdida de quienes han sido desahuciados de su casa o despedidos de su empleo?, ¿qué palabra designa mejor el sentimiento de expulsión de los universitarios emigrantes que han debido buscarse la vida en el extranjero?, ¿cómo llamar a las fervorinas nacionalistas que nutren las confluencias podemitas? Si aceptamos la patria por patrimonio, que es otra de sus acepciones derivadas de la misma raíz, resulta que este ha sido privatizada a beneficio de una casta dominante, para seguir en la lógica del discurso podemita, confirmado todos los días en el telediario con el desfile de patriotas por los juzgados por delitos de evasión fiscal, cohecho, prevaricación y otros conexos.  Todos y cada uno de los excluidos del sistema tienen sus propias circunstancias y razones pero el mismo sentimiento, ¿y cómo llamarlo? Esta rebatiña semántica de los podemitas tiene fecha de caducidad: el veintiséis de junio. Tanto si consiguen su objetivo de estar en el gobierno como si quedan relegados a la oposición, habrán de rearmar su discurso, ceñirlo a la espinosa y contradictoria realidad, y entonces la patria adquirirá una forma más concreta, menos emocional y evocadora. Porque si hay algo cierto históricamente de la patria es que unos la disfrutan y a otros les jode.