Son los sondeos demoscópicos y no los programas políticos los que marcan la agenda electoral. No lo que dicen los candidatos sino lo que dicen los sociólogos que piensan los votantes es lo que caracteriza la oferta. Las empresas de exploración demoscópica registran una actividad frenética estos días. A quién esto escribe, que en cuarenta años nunca había sido objeto de los encuestadores, lo han sometido dos veces a interregotario; la segunda, muy brevemente porque el inquisidor ya tenía bastantes testimonios de este rango de edad.  La multiplicación de opciones políticas ante las urnas ha abocado a una extraña situación de parálisis Hay más donde elegir pero el menú permanece inamovible. Ni la experiencia de las elecciones anteriores ni el prolijo y estéril proceso de la fallida formación de gobierno durante esta primavera pasada han arrojado, al parecer, ninguna enseñanza. La famosa murga de la necesidad de pactos, acuerdos, cesiones, etcétera, por el bien del común, no ha dado ningún resultado. Y lo que tenemos son dos ejércitos enfrentados que componen la no menos famosa polarización, que no es sino la consecuencia de la fractura de la sociedad derivada de las inclementes políticas de gestión de la crisis básicamente dirigidas a triturar a los de abajo. Al final, aprendemos de nuevo lo que sabíamos desde siempre, que el poder es una cuestión de correlación de fuerzas. Los podemitas, cuyo estado mayor está al parecer dirigido por un formidable equipo de estrategas, ha dado un paso por ahora determinante en la acumulación de fuerzas en su bando con la asimilación, o como se llame, de la menguada formación de la izquierda histórica y un temblor de pánico ha recorrido el establecimiento. Entre los estrategas de este bando hay un consenso creciente sobre la necesidad de crear un ejército más ágil, con mayor capacidad para contraataques y envolventes, pero topan con la estructura granítica de la principal fuerza en este campo, el pepé, amurallado en una fortaleza corroída por la corrupción y la ineficiencia pero aún muy sólida porque su alcaide es el que mejor gestiona el instinto de conservación dominante, pánico incluido, de los beneficiarios del establecimiento. Hasta ahora, los intentos de provocar una rebelión interna en la fortaleza desde extramuros han resultados estériles y contraproducentes. Ni el calificativo de indecente proferido por Sánchez en la tele, ni la llamada a la rebelión popular hecha por Rivera en sede parlamentaria han tenido ningún efecto real en el liderazgo de Rajoy, sin duda el tipo que mejor conoce la gigantesca masa de intereses que empolla el partido del gobierno y la psicología que guía a sus votantes. Los partidos de derecha, si lo son de pura cepa y no inventos de circunstancias como la ucedé de Suárez o los ciudadanos de Rivera, son capaces de garantizar la estabilidad de sus intereses y la permanencia del sistema con niveles de corrupción e ineficiencia que resultarían irrespirables y letales para cualquier otra formación política. Piénsese, por poner un ejemplo cercano en el tiempo y en el espacio, en el dirigente democristiano Giulio Andreotti, del que aún no sabemos si sigue en el gobierno italiano, tal es la impronta de su legado;  pues bien, bastó que le sustituyera circunstancialmente en el poder el socialista Bettino Craxi para hacer lo mismo que hacía Andreotti para que el tinglado se viniera abajo, momentáneamente, desde luego, así que, como dijo otro reaccionario de pro, los experimentos con gaseosa. Pero los más dinámicos del establecimiento, que acampan fuerapuertas,  deben seguir intentándolo, entre otras razones porque les va la propia supervivencia en el intento, y aquí entran los sondeos electorales cuyo protagonismo en la campaña se destaca al comienzo de esta nota. El diario de referencia publica hoy uno según el cual los votantes del pepé estarían de acuerdo en degollar al alcaide para salvar la fortaleza. El titular a toda pastilla en primera de la  edición en papel reza: “La mayoría del PP acepta que se vaya Rajoy para tener gobierno”. Lo que no consiguieron las soflamas de Sánchez y Rivera, quizás lo consiga la quinta columna que opera dentro de la fortaleza, a la que es necesario enviar señales de complicidad y de seguridad porque el magnicidio es un asunto muy serio y más de un magnicida ha terminado en el tajo del verdugo por falta de cálculo. La paradoja que encierra el sondeo de nuestro bienamado diario es que los votantes del pepé van a elevar al pavés a un candidato al que en realidad quieren ver desterrado. ¿Alguien se lo cree? Ni que Maquiavelo se hubiera metido a demóscopo.