He tardado toda la vida en saber que la mamá de Sissi era nazi.  La actriz Magda Schneider, que interpretaba este papel en la empalagosa película de nuestra remota infancia -y que, en un raro entrelazamiento de ficción y biología, era también la mamá de nuestra admirada Romy, que interpretaba a la anoréxica emperatriz- era recibida en el restrictivo círculo íntimo de Hitler. En las entrañables películas domésticas que captaba Eva Braun en la Guarida del Lobo se la puede ver con su capotito y su sombrerito tiroleses, encantada de haberse conocido entre los rufianes de la cúpula nacionalsocialista. Descubrirlo fue un duro golpe a la ingenuidad de este viejito que esta semana ha vuelto a recordar esas imágenes de la encantadora Magda coqueteando con Albert Speer sobre un fondo de idílicas cumbres alpinas cuando todo el establecimiento democrático austriaco se ha tenido que volcar en la segunda vuelta de la elecciones a favor del candidato de los verdes para evitar que ganara un extremista de derechas, lo que han conseguido por la mínima, apenas treinta mil votos de diferencia, y con la lengua fuera.

Austria fue la hermana pequeña del nazismo y la beneficiada de las políticas aliadas en la postguerra, que la trataron como una nación ocupada por Hitler y no como en realidad fue, un estado cómplice de sus designios, lo que ocasionó que el marrón nazi le fuera imputado por completo a Alemania. Esta inocencia sobrevenida y universalmente aceptada permitió que nos engatusaran con las películas de Sissi y que un antiguo militar de la Wehrmacht implicado en la deportación de judíos a Auschwitz, Kurt Waldheim, resultara elegido presidente de la república después de haber sido secretario general de la ONU.  Ojo, pues, con el pastel de chocolate vienés y con la unanimidad de las palmas que acompañan la Marcha Radetzky en el concierto de primero de año porque en Austria empezaron las dos guerras mundiales del pasado siglo. Debieran saberlo sobre todo democristianos y socialdemócratas y hacer algo al respecto si quieren evitar la tercera, después de todo son los fundadores de esta Europa ensimismada que está desmoronándose bajo su desgobierno. Podrían recordar que Austria fue también la patria de Freud, el tipo que descubrió la sentina que bulle bajo la placidez de nuestra conciencia, y que tuvo que escapar por piernas con su descubrimiento a cuestas.