Como dicen los viejos, qué duro es ser viejo. Asisto al pase por televisión de la tercera película de la saga de los Leguineche, de Luis García Berlanga, en la que, como recuerdan los cinéfilos, la no tan esperpéntica familia protagonista concluye sus aventuras intentando trasladar al extranjero su fortuna, convertida en billetes de banco después de vender fincas y propiedades inmobiliarias. Es 1982, víspera de la victoria de los socialistas, y estos trapisondistas no saben siquiera que el dinero se lava, de modo que después de probar sin éxito diversas fórmulas de evasión, lo intentan transportando la pasta y las joyas bajo el aparatoso enyesado que cubre el cuerpo de uno de los miembros de la familia, un falso enfermo que se suma a una peregrinación organizada a Lourdes. Volví a reírme, claro, con la agudeza del guión bajo su estrepitoso envoltorio escénico, con el veneno de los diálogos y con esa impagable interpretación coral que consigue sacar chispas en cada secuencia. Pero mi risa carecía de la frescura que tuvo cuando vi la película a su estreno porque los mismos personajes, o sus trasuntos en la realidad, me han despojado de la esperanza y de la compasión que hace de la risa una virtud. Me oía a mi mismo reír y me sentía burlado, y en consecuencia irritado, colérico. Mientras los pardillos sumidos en nuestra complacencia reíamos en la oscuridad de la sala de cine, los leguineche de carne y hueso depuraban sus técnicas predatorias para desplumarnos a todos. Los personajes de la película representan los residuos parasitarios del franquismo, así que había una euforia históricamente justificada en nuestra risa de entonces, pero ¿de qué podemos reírnos cuando la misma pandilla de cabrones que puebla la película, ahora elegidos en las urnas, se ha trasladado a los telediarios y a las páginas de los periódicos desde donde nos miran con una arrogancia que, por cierto, no tenían los derrotados personajes de Berlanga? La película explica mejor que cualquier argumento la revisión crítica de que es objeto ahora mismo la Transición por parte de las generaciones emergentes, pero, a los viejos ¿qué nos dice? No es agradable mirarse al espejo y ver que en los últimos cuarenta años has sido el fullero y oportunista marqués que interpreta José Luis López Vázquez o el bellaco servil de su criado al que da vida Luis Ciges.