Hacía tiempo que un nacionalismo doméstico no ponía como ejemplo a Israel. El estado sionista fue hace décadas el faro del nacionalismo vasco, que admiraba, entre otras cosas, su capacidad para restaurar una lengua, el hebreo, que ni siquiera había sido la de todos los judíos en los últimos dos mil años. Pero la historia aconsejó olvidar este ejemplo y hace años que los patriotas más patriotas de esta tierra comparecen en público con la kufiya palestina al cuello. La libertad y la opresión nacionales son conceptos mutables según la perspectiva que se adopta. Ahora ha sido Artur Mas, quizás el político más cínico de la escena española, donde abunda el género, el que ha puesto a Israel como modelo de lo que quiere para Cataluña, así que, llevada la comparanza hasta su último extremo, ya saben lo que les espera a los territorios limítrofes, catalanoparlantes además. La nación es una construcción política, a veces inevitable y a veces deseable, pero que exige una enorme cantidad de ganga ideológica para asentar sus cimientos, además de alguna circunstancia histórica que la impulse. Israel no hubiera sido posible ni deseable para los propios judíos sin el criminal antisemitismo europeo y su consecuencia última en Auschwitz. Después de sesenta años, el estado israelí sigue a la defensiva, duro y antipático, como una colonia europea cercada. ¿Es el destino que Mas sueña para Cataluña?, ¿son los catalanes los judíos europeos de la primera mitad del siglo pasado? La construcción nacional exige la previa construcción del estado nacional. Los sionistas la consiguieron a partir de los voluntarios que quisieron asentarse en Palestina y empuñar las armas para defender ese derecho, primero contra los ingleses y después contra los palestinos; su condición de israelíes vino después derivada de esta actitud, como han demostrado concienzudamente historiadores como Shlomo Sand y otros. No había un pueblo judío ni hay un pueblo catalán. El estado precede a la nación y esta se construye a partir de aquel, no a la inversa. Los que habitan en la cúpula del estado y tienen intereses en él no necesitan más patriotismo, pero la adhesión de los de abajo requiere dosis masivas de mitología del tipo de la que hacía aprender Francia a los párvulos de sus colonias africanas que tenían que memorizar aquello de nos ancêtres les Galois. Pero ¿cuántos ciudadanos de los que han levantado la Cataluña moderna proceden de la pata de Guifré el Pilós? Es fácil de entender que un político mimado por la oligarquía local, que ha navegado por la tibias y aplacientes aguas del dinero abundante y fácil, corrupción incluida, tenga necesidad de un poco de épica para mitigar el aburrimiento, pero ¿qué hay de la infantería?