El cine me sugiere una vez más el título de esta entrada porque entre las múltiples fracturas que recorren la política y la sociedad ahora mismo, la más ancha y la que engloba a las demás es la fractura generacional. Esta ocurrencia viene a cuento de la consulta a las bases de izquierda unida que, como era previsible, han sancionado por abrumadora mayoría la confluencia con podemos. El plebiscito ha tenido las mismas características que los celebrados en las otras fuerzas de izquierda, convocados para apuntalar la decisión de la dirigencia del partido: baja participación en relación con el censo de la militancia y resultado inequívocamente favorable a la voluntad de los convocantes. Pero además hay otros dos rasgos comunes en los tres referendos partidarios celebrados, que vale la pena destacar. El primero, que los tres han ido en la dirección del cambio, vale decir, a favor de crear las condiciones para la superación de la situación actual presidida por la corrupción, la desigualdad, la pobreza y la falta de oportunidades, y de añadidura, a favor de una confluencia de las fuerzas de izquierda. El segundo rasgo es que la celebración misma de los referendos ha sido criticada o vista con reticencia entre los viejos del lugar; el último ejemplo, el de Gaspar Llamazares, pero ha habido otros que pueden espigarse de entre las filas de los tres partidos que han convocado las consultas. Es posible que los viejos tengan razones formales y de otro tipo para deplorar estas consultas instrumentales y los movimientos tácticos que las rodean, pero lo no que tienen es capacidad alguna para detener la voluntad transformadora que las consultas significan. La situación que se avecina no es para viejos, ni siquiera en el pepé, convertido en el baluarte del pasado, ni en el pesoe, donde lo más interesante que está ocurriendo es la pugna entre la nueva y la vieja política, lo que quiera que signifiquen esos términos. La sociedad está tan desgarrada, las instituciones tan baqueteadas, la economía tan saqueada, la política tan corrompida, que ninguna mirada que no sea al futuro es soportable, y los viejos podemos tener razón, pero no tenemos fututo. Los que vivimos la Transición deberíamos saberlo porque lo único que no era posible en aquel momento histórico en que todo parecía posible era el retorno al molde de la dictadura. También entonces había una corriente de cambio que recorría la sociedad y los viejos del antiguo régimen hablaban con desdén de gobiernos de penenes (palabra que ya nadie sabe qué significa, consúltenlo en internet) para descalificar a las fuerzas emergentes. Alguno de aquellos penenes idealistas han terminado su vida pública en los papeles de Panamá, y no es improbable que vuelva a ocurrir con los jóvenes sedientos de justicia y hambrientos de poder de ahora, pero ocurrirá dentro de algún tiempo y no estaremos aquí para verlo. Los viejos ni siquiera podemos aportar nuestro deseo de cambio porque hace tiempo que lo derrotó la realidad.
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