La comunidad de Madrid intenta impedir que el legado de García Lorca pueda venderse en el extranjero. Dos preguntas y una conclusión al respecto. Primera, ¿por qué se ocupa una comunidad autónoma de lo que parece una competencia del estado? Segunda: ¿por qué no habría de venderse ese legado donde se encuentre el mejor comprador? Y la conclusión: ¿a quién carajo le importa a dónde vayan a parar esos papeles, aparte de a sus beneficiarios directos por razón de herencia? Además, si la hipotética venta es para saldar las deudas de una fundación privada, ¿qué tiene que ver el estado en este negocio? La revolución neoliberal que iniciaron Reagan y Thatcher en los ochenta tenía un objetivo: destruir el estado, no el estado del bienestar, sino el estado a secas, es decir, el entramado institucional y simbólico que constituye la nación y establece los mecanismos de derecho, solidaridad y pertenencia que nos identifican como ciudadanos. El derribo de este tinglado no es una empresa fácil pero los avances en estos treinta años han sido impresionantes, en los hechos y en las conciencias. ¿Se imaginan en los setenta o en los ochenta a un tipo de mi generación encogiéndose de hombros ante el legado de García Lorca? ¿Y por qué habría de patrimonializar el estado los papeles de un poeta cuando subcontrata a terceros el ejercicio de la guerra o la impartición de justicia como hemos visto en las empresas privadas contratadas para hacer la guerra en Irak o en el actual acuerdo de la UE con Turquía para desembarazarse de la obligación de ser justa con los refugiados? Una de las formas que viene adquiriendo la destrucción del estado es la floración de aspirantes a microestados, lo que damos en llamar con injustificada suficiencia los nacionalismos periféricos, que surgen para retener para el común los bienes del común, aunque la comunidad sea diminuta y los bienes escasos. Este regreso a lo comunal no funciona. En la provincia desde la que escribo, que goza de una hacienda privilegiada respecto a su entorno territorial y por la que sus ciudadanos se partirían el pecho si fuera necesario, hay contabilizados en los últimos tres años diez mil titulares de cuentas bancarias en “destinos exóticos”, como titula la noticia el periódico decano de la oligarquía. Un estado, aunque sea chiquitín, necesita impuestos y solo un genio como el inefable Pujol y su afanosa familia puede intentar construir un estado y saquearlo al mismo tiempo, con los resultados sabidos. En una tertulia televisiva de ayer mismo formada por representantes de los cuatro partidos mayoritarios, pregunta la conductora del programa: ¿les han extrañado los nombres que aparecen en los papeles de Panamá? Encogimiento de hombros, miradas de perplejidad, medias sonrisas entre los interpelados para, de inmediato, acusarse unos a otros como escolares ante una travesura. ¡Qué diminutos y tediosos resultan estos personajes! Pero no les faltaban razones para la confusión. Estamos en un momento en el que los evasores fiscales tanto pueden ser considerados delincuentes del viejo orden como precursores del nuevo. Una vez que se ha reconocido la ilegitimidad del ejército y aceptado la inmediatez de la derrota, los desertores dejan de verse como proscritos. “El momento más elevado desde el punto de vista civilizatorio de cualquier cultura es cuando un individuo transgrede alguna de las pautas sagradas de su grupo sin agobio culpabilizador, en cogiéndose de hombros. Rompe con la norma, pero no rompe con el grupo: aunque sabe que colectivamente será condenado, apela a la complicidad dé cada uno de los demás miembros y pide su veredicto individual, como un guiño de simpatía. A partir del momento en que tal guiño se da y el transgresor permanece en la colectividad, oficialmente reprobado pero habiéndose ganado algunos amigos, la cultura del grupo sube un escalón y se abre varios palmos”. La cita es de Fernando Savater y glosa a Arquíloco, el modelo mítico del desertor, un soldado mercenario y también poeta (nada cambia) del siglo VII a.C., que cantó finamente su deserción ante el enemigo en la que se desembarazó del escudo que le trababa la huida. Pero la glosa podría aludir al ex ministro Soria, al nóbel Vargas Llosa o al cineasta Almodóvar, otro héroe nacional que decidió arrojar el escudo y salir corriendo con la bolsa.
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