La abogada de manos limpias afirma en la tele que no va a retirarse de la acusación particular que ejerce en el caso Nóos a pesar de las llamadas y presiones que dice haber recibido para que renuncie a esta función ¿vale?, porque representa a muchos ciudadanos ¿vale? El uso de esta fastidiosa muletilla, que repitió al término de cada afirmación, dice poco de la retórica de la letrada y, sobre todo, da noticia de la debilidad de su posición. La primera vez que atendí al uso coloquial de este pespunte verbal, por la cuenta que me traía, fue en el sermón de un promotor inmobiliario devenido patrón de la empresa de comunicación en la que yo había sido contratado. El tipo era dueño de una verba torrencial y asertiva, plagada de instrucciones y admoniciones, que subrayaba invariablemente con un ¿vale? En la intención del hablante, la duda que parece encerrar la muletilla no se refiere al contenido de lo que dice, ni a su veracidad, sino a la actitud requerida al receptor, que tiene que aceptarlo como lo oye, ¿vale? Es una proposición que convierte el argumento en un envite, pero sobre todo en una amenaza. Aquel empresario sufría, o eso quería hacer creer, por la marcha de sus negocios, que no iban nada mal en absoluto, pero, si hubiera podido, nos hubiera triturado con sus propias manos… limpias. La paradoja es que la muletilla denota a alguien que no está en condiciones de sostener lo que dice ni de ejecutar su amenaza. ¿Vale?, pues vale. La abogada debiera ser consciente de su trémula posición en el juicio de Urdangarín, Cristina de Borbón et alii, aún en el supuesto de que no estuviera al cabo de la calle de la (presunta) extorsión que se traía entre manos su empresa, lo que tampoco resulta muy verosímil. ¿Vale que la justicia, como dios, escribe recto con renglones torcidos y que un (presunto) extorsionador puede conseguir la condena de unos (presuntos) estafadores? Pues no, no vale. Esta ópera de cuatro cuartos en que se ha convertido la vida pública española lo ha inundado todo, incluida la voluntad de decencia de la ciudadanía, a la que en este caso representaba la abogada y sus manos limpias, ¿vale? Sentados entre el público del caso Nóos, tenemos que elegir a nuestro héroe entre unos (presuntos) extorsionadores y unos (presuntos) estafadores. Menos mal que se nos explica el mecanismo dramático a la vez que se desarrolla la trama, como en el teatro de Bertolt Brecht. Es el llamado efecto distanciamiento. Intenten ejercitarlo, ¿vale?
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