Un tuit de Arturo Pérez-Reverte ha incendiado, otra vez, las redes. Este académico es un pirómano. Pérez-Reverte pertenecería al linaje de Céline, D’Annunzio o Junger, si el nuestro fuera otro tiempo –los años treinta del siglo pasado, digamos- y su literatura no fuera tan liviana. Sus historietas históricas están amasadas de una característica mezcla de nihilismo, sarcasmo e invitación a la acción, y despiertan en el lector añoranza, exultación y vértigo. Lástima que sea un escritor popular, es decir, obligado a adaptarse a un tipo de lector que es consumidor básico de televisión y acariciador compulsivo de la pantalla táctil del iphone, al que las conminatorias órdenes ¡a la carga! encuentran siempre retrepado en el sofá de la salita de estar.  Esta circunstancia no impide a Pérez-Reverte pertenecer a la conspicua cofradía de escritores de ficción o ensayistas literarios que sirven regularmente sus opiniones sobre el estado de la nación a través de habituales columnas de prensa. Estas homilías recogen el estilo y las obsesiones del autor y resultan, de normal, intuitivas y moralizantes, lo que quiere decir que sirven para poco más que para calentar brevemente los cascos del lector, pero no para alumbrar las claves de lo que esta ocurriendo. La situación actual del mundo islámico y sus efectos en forma de oleadas de refugiados y de acciones terroristas sobre Europa constituyen una mina de inspiración para aficionados a la historia y con muñeca para la prosa, como Pérez-Reverte, pues la interacción entre ambas orillas del Mediterráneo está en el origen de nuestra compartida civilización y ha sido constante hasta hoy, así que hay un centón de episodios históricos que pueden servir de distraída metáfora a lo que ahora está ocurriendo. Pérez-Reverte ha recurrido a la invasión de los bárbaros godos y al fin del imperio romano para contarnos lo que nos pasa. En este artículo tremola una dubitativa mezcla de anhelo y repulsión por el degüello de pueblos enteros que resulta muy literaria, amén de inquietante, pero poco práctica. Es cierto que sentimos que nuestras sociedades se encuentran  en una encrucijada y que nos faltan argumentos y líderes para afrontarla con una razonable dosis de esperanza, pero los godos, los piratas turcos y los imperios de antaño no sirven de referencia, a menos que sean pasados por el tamiz del método histórico, lo que exige un grado de distanciamiento y atención a los hechos mayor que el que presta el creador de Alatriste. Este autor no es mencionado, aunque bien pudo serlo, en La desfachatez intelectual, el interesante y muy recomendable ensayo de Ignacio Sánchez-Cuenca sobre el club de literatos que coloniza la opinión en los principales medios escritos del país en detrimento de indagaciones más rigurosas, atenidas a los hechos, y al tiempo y la circunstancia en que se producen. Cito dos párrafos contenidos en el capítulo de conclusiones del libro de Sánchez-Cuenca: “Necesitamos criterios para orientarnos en la selva de la información y la opinión. Y esos criterios no pueden venir del caduco figurón intelectual que, adoptando las formas del ‘macho discursivo’ opina alegremente, con osadía y suficiencia, sobre cualquier cuestión que despierte su interés o esté de actualidad” (…) “padecemos una cierta ‘cultura de amiguetes’, en la que unos figurones con egos inflados se han convertido, con la colaboración inestimable de los medios de comunicación, en ‘referentes’ de nuestro debate colectivo”. Me pregunto si estos figurones no serán ya, ahora mismo, figurones de antaño, como los emperadores romanos o los reyes godos.