Los amigos y amigas de la biblioteca pública de Barañáin me invitan a una charla destinada a servir de colofón a la actividad de un club de lectura que ha estado dedicado a la obra maestra de Primo Levi, Si esto es un hombre, quizás el más hondo, sutil y emocionante testimonio al alcance de los lectores de un superviviente del Holocausto. Entre sus páginas vuelvo a encontrar una noción acuñada por el autor para definir la divisoria que separaba definitivamente a las víctimas de la trituradora concentracionaria: los hundidos y los salvados, que sería el título de su segundo libro sobre Auschwitz, más ensayístico que el primero. Los hundidos terminaban formando parte del humo que expelía la chimenea del crematorio y los salvados volvían a la vida fuera de las alambradas. Es una distinción llena de misterio, si bien responde a una realidad visible e incontrovertible. No discierne entre fuertes y débiles, entre afortunados y desgraciados, entre conformistas y rebeldes, pues de todo hubo, entre los salvados y entre los hundidos. El enigma de esta distinción radica en la naturaleza del lager y lo que representa: el desplome, deliberadamente provocado, del orden moral, es decir, también lingüístico, económico y social, que regía las relaciones humanas conocidas hasta ese momento. La primera prueba que atravesaba el prisionero en la misma puerta de ingreso al campo era la comprensión de un sistema cuyas señales le resultaban ininteligibles y cualquier error de interpretación podía significar la muerte. Más adelante, a medida que era despojado de los atributos que le otorgaban identidad y de los recursos que le daban fuerza física, el prisionero tenía que elegir, casi a cada instante, entre opciones de las que desconocía las consecuencias últimas que podían ser letales en una alta probabilidad. Entretanto, a su alrededor veía caer a familiares, amigos, camaradas, vecinos de catre o simplemente desconocidos, mientras se reducían sus propias expectativas de supervivencia. La desesperanza era el horizonte contra el que había que luchar cada día. La distinción acuñada por Levi me ha asaltado al leer un titular de prensa, La sociedad poscrisis, más dual que nunca. Dual: los hundidos y los salvados. La desesperanza es también un estado de ánimo extendido en la actualidad. La sociedad y las instituciones públicas han sido asaltadas por élites que han redirigido su funcionamiento hacia su beneficio personal. La mera rapiña es un conspicuo modo de acumulación de capital. Las nociones de trabajo estable, salario suficiente, vivienda digna y responsabilidad contractual han sido derruidas. Esquilman los ahorros de los viejos y arrebatan la identidad profesional a los jóvenes. La educación se ignora y la sanidad se deteriora. La calle se puebla de pedigüeños que parecen vivir al borde de la muerte y en la zona gris (otro término acuñado por Levi), que ahora llamamos clase media, unos medran en el fraude y otros se hunden en el desempleo y la ruina. Y en el último eslabón de la cadena, los refugiados se protegen de la lluvia y el barro con plásticos y cartones. Cuando los ejércitos aliados liberaron los campos nazis, los libertadores no comprendían lo que estaban viendo y los supervivientes estaban demasiado débiles, aturdidos y temerosos para explicarlo. La carencia de palabras, de relatos compartidos y apropiados a lo que estamos viviendo, también es un rasgo de este tiempo. Si ahora no, ¿cuándo?, por utilizar el título de otro maravilloso libro de Primo Levi.