Si hemos de hacer caso a sus voceros, los partidos siguen encastillados en las posiciones que llevaron al fracaso de la investidura de Sánchez. Estos argumentos consabidos que se cruzan todos los días en toda clase de foros y que no son más que el eco inercial de lo que se oyó en el debate, se resumen en dos simplezas: la culpa es del otro y ya nos veremos en las elecciones. Esta posición es empecinada e inequívoca en el pepé, que no tiene más plan que volver a la casilla anterior a las elecciones del pasado diciembre. Nadie puede prever ahora mismo cuál será el estado de ánimo del electorado en junio, después de una larga temporada sumido en una atmósfera tóxica de inoperatividad del sistema. Olvídense del ejemplo de Bélgica. En el mejor de los casos, los electores votarán más o menos lo mismo por lo que estaremos en el mismo sitio, aunque también hay que suponer imprevisibles cambios acaso menores en los resultados de una u otro sigla que pueden modificar la correlación de fuerzas de manera determinante. A la postre, estamos en un sistema proporcional, lo contrario a lo que empecina Rajoy en hacernos creer. Y hay otra circunstancia, esta segunda oportunidad será la definitiva y el gobierno saldrá de cualquier modo. Todo lo cual da a esta expectactiva un grado de incertidumbre difícilmente soportable. Los otros tres partidos en liza (pesoe, ciudadanos y podemos) no están tan seguros de su estrategia. Los dos primeros están atados por las consecuencias de su pacto y el tercero, por los efectos de su negativa a secundarlo. Ninguno está cómodo en su traje y mientras esperan que sea el otro el que decida cambiar las hechuras del suyo, se pavonean ridículamente con el que ahora se han calzado. Ciudadanos es un partido muy liviano y plástico, que puede aguantar mejor que los otros los vaivenes de su electorado porque ni aspira ni es previsible que vaya a alcanzar la hegemonía en su campo. Lo suyo es pactar y, tal como están las cosas, siempre encontrará un socio para hacerlo. De modo que la carga de la responsabilidad sobre cualquier cambio que quiera hacerse en el gobierno se desplaza a la izquierda donde compiten acerbamente dos formaciones muy cercanas en votos y representación. Veamos, un poco de historia nos puede ayudar a clarear la cabeza.
El pesoe es un partido centenario, que aparece en la creación de la España moderna como instrumento de la clase obrera cuando esta se constituye en sujeto histórico, y su andadura se ha caracterizado por un no siempre fácil equilibrio entre la reforma y la revolución, lo que conviene recordar en un momento en que parece revivirse este dilema. En casi ciento cuarenta años de coyunturas históricas muy difíciles, se pueden hacer muchas cosas, en uno u otro sentido, y el pesoe las hizo: apoyó la dictadura de Primo de Rivera; fue una fuerza determinante en la constitución de la República, del Frente Popular y en su lucha contra el fascismo en los años treinta; dio un golpe de estado contra sí mismo (Besteiro y Casado contra Negrín, 1939) en las circunstancias más difíciles imaginables, lo que no impidió que sus dirigentes terminaran ante el paredón, en la cárcel o en el exilio; sobrevivió a cuarenta años de hibernación y silencio durante la dictadura de Franco; dio otro golpe interno en Suresnes, este incruento, para renovar la dirigencia y el rumbo del partido; en los primeros años de la transición, alguno de sus más conspicuos dirigentes estuvo en la conspiración cívico-militar para el derrocamiento de Adolfo Suárez que precedió al golpe del 23-F, y, ya en el gobierno (1982), para el que obtuvo el mayor apoyo electoral que haya tenido nunca ningún partido, modernizó el país que estaba anclado en los años cincuenta, incluido el ingreso en la comunidad europea, a la vez que iniciaba el ciclo de corrupción (pregunten en mi pueblo) que ahora ahoga al gobierno del pepé en todos sus escalones y del pesoe donde le corresponde, y se enfangaba en episodios siniestros como el de la famosa cal viva, si bien hay que recordar que lo hizo con la aquiescencia de la mayor parte de la sociedad, por feo que resulte, dicho así. Durante dilatados periodos de este siglo, el pesoe ha sido el partido mejor adaptado a la topografía política del país y con raíces más profundas en su sociedad, aunque ahora sea un partido anquilosado, territorialmente fracturado, políticamente avejentado, desubicado ante las nuevas generaciones y tributario de inertes y parasitarias redes clientelares. Demasiada historia para tragarla de un bocado.
Podemos lo ha intentado sin conseguirlo. En diciembre, no pudo rebasar el techo electoral socialista, que fue el más bajo de la historia reciente, y, aunque lo consiguiera en unas próximas elecciones por la mínima, con su discurso actual no podrá sustituir lo que el pesoe representa. De modo que la alternativa está entre, una pugna entre ambos partidos de la que nadie puede garantizar el final (bueno, sí, el mantenimiento de la derecha en el gobierno) o alguna forma de convivencia para que los dos proyectos políticos tengan cancha para expresarse y, en su caso, converger en acuerdos. De alguna manera, vivimos la enésima edición del dilema reforma vs. revolución, con el importante matiz de que el país está indignado y cabreado pero no en situación prerrevolucionaria, por fortuna, y la indignación y el cabreo son susceptibles de gestión y de orientación, y pueden terminar de cualquier modo y contra cualquiera. Así que, ojo. Una reedición del frente popular, como parece postular el dirigente de podemos, no parece una buena idea porque no se puede afrontar el futuro con fórmulas amortizadas del pasado y, por ende, sería una enmienda a la totalidad del consenso de transición, ininteligible para una sociedad que ha vivido (bien, en términos generales hasta hace poco) en esa cultura política. Podemos representa un anhelo de las capas más vapuleadas y conscientes de la sociedad y tiene una representación institucional muy superior a su capacidad organizativa como partido, lo que demuestra la potencia de su mensaje y la buenas razones de sus propuestas, a la vez que la dificultad para articularlas en la realidad. Los crujidos que se advierten estos días en sus órganos dirigentes dan fe de esta tensión con que se vive en el partido esta tesitura política. La dirigencia podemita debiera aceptar la necesidad de un periodo de calma y reflexión para sí misma que, tal como están las cosas, no conseguirá si tiene que afrontar nuevas elecciones o si se cumpliera su deseo de gobierno de coalición de izquierdas. El único modo de propiciar estas condiciones es la abstención ante el pacto pesoe-ciudadanos, con buenos argumentos y sin sobreactuaciones añadidas. Este es el nudo gordiano de una situación que parece ahora mismo irresoluble. La decisión tendría un primer efecto liberador inmediato, evacuar al pepé del gobierno. De añadidura, significaría el final de una época, en la que los partidos hegemónicos dejarían de comportarse como esa mezcla de organización leninista y familia mafiosa que los ha caracterizado, y de paso retrasaría el riesgo de que podemos se convierta en la misma cosa. Desde la oposición de izquierda, podría modular sus propuestas, conseguir objetivos parciales, denunciar las desviaciones del gobierno, salvar la operatividad de los pactos municipales y regionales, y ganar músculo en el conocimiento y administración de las instituciones, lo que no es poca cosa, además de evidenciar las ineludibles contradicciones de los dos socios del ejecutivo. Bien mirado, es el peor favor que le puede hacer al pesoe y el mejor que podemos puede hacerse a sí mismo.
P.S. Agradezco la paciencia de los (pocos) lectores que hayan llegado hasta aquí y pido disculpas por la anómala longitud de esta entrada, demasiado sin duda para el régimen de picoteo que se atribuye a un blog.