Café de media mañana con mi amigo Quirón. La deriva de la conversación nos lleva a las artes comunicativas -y performativas- del líder de Podemos, y de ahí a los nuevos medios de comunicación y a su manifestación más conspicua, las redes sociales. Mi amigo es simpatizante de la movida de Iglesias y su gente porque, como muchos de nuestra edad, está hasta las narices de que, durante décadas, la corrupción, el pasteleo y la desigualdad mantenidas y formentadas por formaciones pétreas hayan gobernado nuestras vidas y no queremos que Herr Alzheimer nos alcance antes de que hayamos conseguido olvidarnos del aciago Rajoy, el último representante de esa época que es la nuestra. Quirón es también un sabio, de verdad, de la era Gutenberg, y ha hecho de su rechazo de origen a la televisión un inconmovible rasgo de carácter, lo que le impide percibir los aspectos más inmediatos y plásticos del teatro político, del que solo conoce sus efectos por lo que lee en los periódicos, sean de papel o en línea. Esto no le hace un tipo menos informado, al contrario, ni siquiera distanciado de la agitación reinante porque ha hecho de su refracción a la tele, twitter y demás artilugios, un buen pretexto para hablar y pensar sobre ellos. La corriente de la parleta nos lleva a una columna periodística de nuestro comúnmente admirado Manuel Vicent que, en un tono inesperadamente irritado, se ha sumado al coro de críticas a Iglesias y alude en su artículo a la mierda de las redes.  Las redes sociales no traen más confusión, sectarismo y falsedad que la que acarreó la prensa escrita cuando eclosionó en el siglo XIX, antes de alcanzar una cierta madurez en el siglo pasado, que en España fue un momento tan tardío como los años setenta. La prensa escrita cambió la sociedad pero no la humanidad que la forma. Quirón sonríe y me cuenta la siguiente historia: Estaba en la sala de espera del médico y entra un tipo alto, enjuto, de ojos saltones, que se sienta a mi lado, saca su dispositivo móvil y empieza a acariciarlo de manera característica hasta que encuentra algo y me lo muestra. Era una foto de esa princesa nórdica con cara de pan, me aclara Quirón. El tipo pregunta, ¿sabes quién es ésta?, y se responde él mismo, la princesa de Holanda. No, replica Quirón, al que es imposible colar un dato equivocado sobre cualquier materia que aparezca en un documento escrito, incluida la prensa del corazón, es la princesa Victoria de Suecia, le corrige. El tipo le mira un instante pero la corrección de matiz no conmueve su argumento. Pues está en mi facebook, y eso no es bueno porque el capitalismo está a punto de caer y pueden encontrármelo. ¿Quiere decir que teme que los servicios secretos puedan perseguirlo cuando esa chica sea enemigo del estado?, inquiere cautelosamente mi amigo. El tipo del facebook monárquico le se queda mirando y esboza un gesto de asentimiento, imperceptible para no delatarse ante el desconocido al que quizás le haya hecho demasiadas confidencias. Llega el turno de consulta médica para Quirón y el atribulado usuario de las redes sociales desaparece de su mundo. Al menos, el servicio público de salud seguía funcionando esa mañana, concluye mi amigo.