Un diario catalán publicó ayer, en plena fervorina de la investidura,  un sondeo de intención de voto que ofrecía pocos cambios sobre la composición actual del parlamento y que parece congruente con el estado de ánimo que imaginamos en la opinión pública, dejando aparte el margen de error inherente a estas prospecciones de urgencia. El cambio más significativo es que podemos superaba por uno o dos puntos al pesoe. Por lo demás, todo seguía igual. El pepé es el partido más votado, incluso con un cierto crecimiento, y ciudadanos sigue en sus márgenes, a pesar de un ligero descenso. Lo más significativo es que lo que ya conocemos, ni los partidos tradicionales recuperan la hegemonía en sus respectivos campos, ni los emergentes alcanzan el nivel suficiente para dirigir la orquesta. Tampoco es posible numéricamente un gobierno de derechas (pepé-ciudadanos), ni uno de izquierdas (pesoe-podemos) sin algún tipo de concesión o pacto con los partidos periféricos, que solo serían útiles en esta circunstancia y no por su propia fuerza, como siempre. De modo que la gran coalición sigue proyectando su larga sombra, que se hará tanto más espesa cuanto más tiempo discurra entre el fracaso de ayer y el fin del plazo del proceso de investidura dentro de dos meses, cuando habrá que contar con la previsible irritación del electorado, que, en este estado, puede rendirse hacia posiciones conservadoras, estables y eficientes. Una vez más, la estrategia quietista y mineral de Rajoy parece darle la razón si no fuera porque él personalmente ha salido amortizado de este trance y bastaría que siguiera al frente de su proyecto para que buena parte del electorado se movilizase en contra. Los partidos emergentes han fracasado en sus respectivas estrategias a piñón fijo, pactista y frentista, respectivamente; también les ha fallado el tono, demasiado dulce y equívoco uno, demasiado agrio y claro el otro. Los emergentes tendrán que evaluar si tienen organización y discurso para mejorar o al menos igualar sus resultados actuales en un segundo asalto electoral. El pesoe, que está en el momento más bajo de su historia, se ha escorado demasiado a la derecha para conservar el equilibrio en la posición central a la que aspiraba; la tarea que le queda por delante es recuperar músculo y está por ver que pueda conseguirlo. Por la cuenta que les trae, los partidos volverán a la negociación (no es imaginable que vayan a pasar dos meses sin que se mueva un papel) pero tendrán que hacerlo con más finura y atención a la letra pequeña de la agenda de necesidades de la ciudadanía. Los daños de estos últimos años están claros, el diagnóstico también tendría que estarlo. Hay una dificultad previa: los líderes tendrán que cauterizar antes los arañazos y melladuras que han impartido y recibido en estos días de sobreactuación, si pueden. En la vajilla rota de la Transición, el sistema de partidos es la sopera. Los líderes asumen en la tribuna una representatividad que no tienen en términos reales y los partidos –redes clientelares convertidas en falanges macedónicas- no ayudan con sus aplausos y abucheos a que el debate deje de ser una pelea de carneros. El problema es estructural y esta investidura no ha ayudado a mejorar la desafección de la ciudadanía hacia las instituciones representativas.

P.S. Los seguidores podemitas de más edad han asistido en un estado de vértigo el desarrollo del debate, como lo prueban las manifestaciones de Manuela Carmena, con aclaración incluída,  y del ex fiscal Jiménez Villarejo, que no han podido resistir los nervios sin que se les escapara un grito. ¿Ha acertado Iglesias al tensar la cuerda para conseguir lo mejor renunciando a lo bueno? La historia que conocen estos veteranos les dice que no -Julio Anguita incluido, al que se mencionó en el debate-, pero la que manda en la cancha es una nueva generación.