Asistía a un mítin del partido comunista en un campo de fútbol del extrarradio de Madrid, en las primeras elecciones generales de la Transición, no recuerdo si las de 1977 o 1979. En la tribuna, el economista Ramón Tamames, del que probablemente nadie menor de cuarenta años tenga la menor la idea de quién es pero que entonces era una figura de la academia y de la izquierda, enardecido por sus propias palabras, exclamó: asumo la totalidad de la historia del pecé. Recuerdo el estremecimiento que aquella afirmación retórica me produjo; yo iba a votar, y voté, comunista, pero no quería saber nada de Stalin, que formaba parte, y bien conspicua, de la historia del partido que Tamames asumía tan pomposamente. Estoy seguro de que para muchos de los asistentes de más edad en el mítin, aquella historia, Stalin incluído, les parecía de perlas, pero en aquel momento no se jugaba el pasado de la Unión Soviética o del comunismo internacional sino el futuro de nuestro país, y los jóvenes nos fijábamos en el heroísmo civil de los comunistas que estaban con nosotros en las aulas y en los talleres (probablemente, a esos se refería Tamames) para apostar por el futuro de nuestra gente, no por los errores y desmanes de nuestros abuelos. Las reliquias, en el relicario; y el relicario, mejor en el desván. Ya vendrán los arqueólogos a echarle un vistazo y certificar su autenticidad. Luego, Tamames, que resultó elegido diputado comunista en aquella ocasión, fue dando tumbos ideológicos y políticos hasta la llegar a la derecha a la vez que el pecé languidecía hasta la extinción y el pesoe de Felipe González tomaba el relevo, con gran éxito, en la hegemonía de la izquierda. González es una reliquia para los socialistas, como Pasionaria lo era para los comunistas, en ambos casos por muy buenas razones, y no es aconsejable discutir su santidad con ellos si se quiere hacer amigos. La memoria histórica, ese sintagma de términos contradictorios, ha dado lugar a una ideología que puede ser equívoca y un obstáculo para encontrar el camino del futuro. La cal viva está en el pasado de González, es verdad y está escrito hasta en la Wikipedia, pero también es verdad el hecho de que fue un estadista excepcional en el siglo XX de este país y un referente para las capas populares de alguna edad, aunque ahora hayan trasladado en parte su voto a podemos. Está por verse el efecto futuro que vaya a tener el zarpazo de la cal viva que Iglesias dirigió a Sánchez en la cara de González. De momento, ha conseguido que la reliquia vuelva a la procesión y que Sánchez la acompañe con el incensario. No estoy seguro de que sea una buena señal para el partido de Iglesias. A día de hoy, Sánchez parece un líder más frágil que Rajoy, y necesita la cercanía de la reliquia.
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