La sañuda distracción que nos viene proporcionando la farsa de los titiriteros del carnaval municipal madrileño cumple a la perfección el objetivo para el que fue diseñada, que no es otro que hacernos olvidar que los títeres somos nosotros. Una noticia de hoy mismo nos revela otra función de títeres de cachiporra en el que vuelven a darse las circunstancias, no sé si agravantes, del caso que ha enardecido el sentido justiciero del juez Ismael Moreno, a saber: un acto público, fraude en la oferta de contenidos y colaboración o patrocinio de los servicios de la administración. El argumento de la obra denunciada es el siguiente: una empresa ofrece trabajo en Holanda y recluta a jóvenes españoles a través del servicio nacional de empleo y de las agencias públicas de empleo de las comunidades autónomas y, cuando los jóvenes llegan a su puesto de trabajo, descubren: a) que deben firmar un contrato en holandés para el que no se les ofrece traducción; b) que el salario está sujeto a descuentos de hasta el cincuenta por ciento del total por gastos diversos imputables a los trabajadores de los que no habían sido advertidos, c) que ciertos servicios (transporte, alojamiento) que formaban parte de la oferta no existen o son de muy inferior calidad. Etcétera. ¿Cuántas personas cuelgan diariamente de los hilos que mueven bancos, empresas, intermediarios y agencias públicas y privadas de toda clase?, ¿cuántas personas están obligadas a hacer un papel en el escenario para una historia de la que no conocen el autor ni el argumento porque está escrito en holandés?, ¿cuántos no pierden en cada función el trabajo, los ahorros, la casa, incluso la cabeza, después de una tanda de estacazos propinados por el muñecote que imparte el pan y la justicia? Todo lo que sabemos de la función de títeres encarcelada en Madrid indica que este es el argumento que los titiriteros querían contar y se liaron con los elementos disponibles. No fueron capaces de sintetizar el material dramático en unas pocas situaciones con diálogos simples y claros, e hicieron un relato rebuscado y equívoco para un argumento obvio y contundente. En un país en el que el ministro de Interior no se hiciera acompañar por un ángel de la guarda hubieran tenido una mala crítica teatral; aquí les ha caído encima la inquisición.
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