Hace unos días, filtraron a los medios las intervenciones que los boyardos socialistas habían hecho a puerta cerrada en el cabildo del partido. El objetivo de la filtración era poner en evidencia algo ya sabido: la oposición que Sánchez encuentra en las taifas de su organización. Sin embargo, la literalidad de las intervenciones filtradas tenía otro mensaje, no inesperado pero seguramente indeseado para el filtrador: la indigencia intelectual y política de los discursos que menudearon en aquella reunión. Los fragmentos que pudo conocer el público no eran más que una sucesión inconexa de tópicos, obviedades y balbuceos a propósito de hechos conocidos, que delataban la calidad de sus autores más que clarificaban la cuestión a debate. Hemos aprendido nuestra historia como una sucesión de hechos inapelables atribuidos en último extremo a una entidad gaseosa cuya naturaleza no se discute: la dictadura de Franco fue un hecho por la gracia de dios; la transición fue un hecho por la gracia del consenso; la constitución, las plurinaciones del país, la corrupción, el desempleo, son hechos que eximen de responsabilidad a quienes los fabrican. El nuestro es un país sin relato y sin retórica, en el que la realidad se lidia a palo seco, de manera calculada o colérica, según los casos, pero sin explicaciones. Aquí, la política es un arte gestual, o performativo, como el toreo o la misa. Si usted quiere una explicación de lo ocurrido, lea dentro de unos años al hispanista anglosajón correspondiente. Entretanto, ahí están los hechos, como emanados de la naturaleza. Una roca, un ciprés y un gato nos dicen lo que son, pero no por qué están ahí ni qué se proponen hacer ni para qué -igual que nuestras élites-, así que finalmente, a fuer de inexpresivos, la roca, el ciprés y el gato se convierten en seres misteriosos, tanto más si no resultan funcionales. Mariano Rajoy encarna como nadie esta pesantez fáctica de la política. Es una roca que necesita que no haya terremotos, un árbol que requiere lluvia y sol y un gato que no puede vivir sin ratones, y cuando, como ocurre ahora, hay corrimientos de tierra, reina la sequía y los ratones están dispersos y escondidos, Rajoy, simplemente, se queda pasmado y a la espera. Los resultados electorales del pasado diciembre fueron un hecho insólito en la experiencia reciente, y eso explica que las élites políticas hayan quedado mudas merodeando alrededor del suceso, como los simios de 2001 Una odisea del espacio ante el monolito que emerge en su hábitat. Ayer, el simio más lanzado dio un paso adelante para sacar a la horda del estupor en el que estaba sumida. Ahora solo falta que él y sus congéneres y socios, e incluso sus adversarios aprendan a hablar.