Sánchez recurre a las bases del partido socialista para sortear la conspiración de sus boyardos, que se la tienen jurada. El efecto puede ser tanto una inundación democrática que acabe con el partido como el principio de un híper liderazgo populista como el que ejerció su admirado y ahora irritante Felipe González. Sánchez debiera tener en cuenta, sin embargo, que la historia se repite como parodia, si es que alguien tiene a mano para consultarlo un ejemplar del 18 Brumario, que retiraron de la biblioteca de la calle Ferraz desde que se decretó que hay que ser socialista antes que marxista (el leninismo 3.0 de la época). Las circunstancias históricas permitieron a Felipe ejercer de Iván el Terrible entre los suyos y el que se movía no salía en la foto. Pero qué circunstancias aquéllas: una sociedad desconcertada y atemorizada pero resuelta a no volver atrás, el partido de la derecha hecho añicos, un golpe de estado fallido reciente, una crisis económica cuya superación requería el concurso de sindicatos potentes y combativos, y Europa, que apoyaba al joven paisano de la chaqueta de pana (las rastas de la época) en pleno crecimiento y como meta al alcance de la mano. Eran tiempos duros, pero esperanzados, justamente lo que falta ahora en el pesoe. Cuando se habla del desafecto de la población hacia la democracia se quiere ocultar que el rechazo es a los partidos, fragmentados en taifas, redes clientelares y grupos de interés. El pepé ha hilvanado los fragmentos con una red mafiosa supra regional, que identifica hoy al partido, y, a pesar de ello, ha recibido el apoyo de casi un tercio del electorado, que prefiere la corrupción endémica a cualquier cambio. En el pesoe están confusos, y por buenas razones. Huérfanos de un líder carismático, las taifas quieren imponer sus criterios y el establishment, inquieto más que asustado, saca a González del forrado sarcófago donde lo tienen embalsamado para que pronuncie un oráculo que tranquilice al pueblo fiel, y el personaje, de acuerdo con su carácter, lo formula (mejor, lo repite, porque ya lo dijo hace tres décadas) en chino mandarín: no importa gato negro o blanco, lo que cuenta es que cace ratones. Nadie entiende nada y la querella partidaria vuelve a la casilla de salida. El pesoe lo tiene crudo, tanto si se escora a la derecha como a la izquierda. En primer término, porque la historia rema ahora en su contra. Para ejecutar una política socialdemócrata ortodoxa faltan los tres factores que la hacen posible: pleno empleo, un estado nacional soberano en sus políticas económicas y consenso sobre la equidad fiscal. En segundo lugar, el partido, falto de liderazgo y del poder que otorga el boletín oficial, carece de los mecanismos para conectar con la sociedad (el paliativo es la consulta a las bases) y para articular una política de cambio. En esta confusión, se explica el inexplicable magnetismo que ejerce Susana Díaz, que aún no ha dado ninguna muestra de genio político, para decirlo suavemente, pero que gobierna la única comunidad en la que el pesoe se confunde con la historia. Ah, los viejos y buenos tiempos. Los socialistas añoran el poder, lo necesitan, pero no saben cómo alcanzarlo. Falta oxígeno.
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