La undécima legislatura de nuestra asendereada democracia la inauguró ayer un bebé, cuya radiante presencia en el hemiciclo ocluyó incluso el muy respetable discurso del viejuno presidente electo de la cámara. Puedo imaginar la gracia que le hizo a Patxi López, preterido en su día grande por el mamoncillo. Por lo que a mí respecta, había hecho propósito de quitarme durante una temporada de la política, o lo que sea esto sobre lo que escribo en esta bitácora, como los fumadores se quitan del tabaco los primeros días de enero, pero el bebé lo ha hecho imposible. Abro el periódico y ahí está el bebé, en primera página y en los sesudos comentarios de los columnistas; enciendo la tele y unos tertulianos enloquecidos parlotean sobre el bebé, quitándose la palabra unos a otros; cambio de canal, distintos tertulianos y el mismo bebé; sintonizo la radio y puedo oír el llanto del bebé; escruto la prensa extranjera, que nunca habla de España, y ahí está el bebé, izado en brazos de los diputados gentiles (dícese de los que representan a la gente). Así que también puedo imaginar la chirriante pesadilla que habitaba la cabeza de Herodes cuando decretó la matanza de los inocentes. Nada más propio que un bebé para anunciar el nuevo testamento que dicen traer los emergentes. Se ha manifestado unos días fuera de plazo y no en un establo con la mula y el buey, sino en una reserva natural de la fauna doméstica y puede contar con que si permanece en el lugar verá a sus pies oro, incienso y mirra, aunque esto último no sé para qué sirve como no sea el nombre en clave de los sobres de la contabilidad B. De momento, algunos pecadores ya advirtieron ayer la cualidad salvífica del recién nacido. El muy presunto corrupto diputado por Segovia, encaramado en la sombría almena/escaño de su aforamiento, se libró del asedio de la prensa canallesca hipnotizada por el bebé como los pastorcillos del belén. No vengo a traer la paz sino la espada, dijo el otro cuando entonces y así ha sido en este caso también, con gran éxito. El bebé ha dividido a los demócratas como un diminuto Artur Mas, gordezuelo y sonriente. Y, como era previsible, las más beligerantes han sido ellas: que si para eso está la guardería del congreso, que si yo también crié cinco hijos con ayuda de mis padres, que si el ambiente del parlamento puede bajar las defensas del niño, que si las proletarias no pueden llevar a los suyos a la cadena de montaje, que si la mamá ha venido a fardar de hijo pero se ha traído a la cuidadora, etcétera. Ellos, por el contrario, han abatido el rabo y se han mostrado elusivos ante el guirigay –excepto el ministro de Interior, entre cuyas competencias está la policía de costumbres y que viene siempre acompañado de su ángel de la guarda, que no ocupa sitio-  por dos razones muy masculinas. Primero, para que cualquier comentario que pudieran hacer no fuera estigmatizado de machista, pero también porque para ellos una mujer con su hijo a cuestas, sea en el escaño del congreso, en la fila del supermercado o en una patera en el Mediterráneo es lo natural desde el paleolítico, y, si es natural, ¿para qué cambiarlo? Lo verdaderamente subversivo es que el bebé lo hubiera traído Pablo Iglesias, pero se limitó a tomarlo en sus brazos sin demasiada confianza, como hacemos todos. En eso se ve que Iglesias es un reformista, no un revolucionario. Quizás le ayude a pactar con Sánchez.