El juicio oral por el caso Nóos amenaza con convertirse en una película de los hermanos Marx. No solo porque tanto el banquillo de los acusados como la bancada de los letrados están superpoblados de personajes e intereses encontrados, como en el famoso camarote, sino porque, con un poco de mala suerte, la vista del caso puede devorar el teatro de la ópera o el tren hacia el oeste en el que viajamos todos. De momento, el empeño del gobierno por preservar a la infanta de la acción de la justicia ha servido para que el celo de la abogada del estado de turno diera un empellón al delicado andamiaje de la conciencia fiscal de la ciudadanía. Ocurrió durante la ardorosa intervención de la representante legal de los intereses del Tesoro, es decir, de su dinero, querido lector, y del mío, la cual desgranaba con un verbo tenso y torrencial, de quien canta un tema de oposiciones, la retahíla de argumentos legales que sostenían su demanda al tribunal y que, básicamente, se resumían en uno solo: la hija y hermana de reyes no debe ser juzgada porque el delito fiscal que se le imputa no ha sido apreciado por la Hacienda Pública. El macguffin del argumento es que los intereses generales y públicos en materia fiscal los gestiona Hacienda con carácter privativo y, del mismo modo que el robo de una cartera carece de efecto penal si la víctima no lo denuncia en la comisaría de la esquina, la colaboración en un fraude fiscal tampoco lo es si Hacienda no considera que lo sea, diga lo que diga una instrucción judicial y las acusaciones públicas. Para los legos en derecho, que somos legión, no resultaba fácil deducir este mensaje de la rocosa argumentación de la letrada, así que ésta, bien porque estaba cansada de sus propios tecnicismos o por hacer una concesión a la ignorancia popular, se adornó con una ocurrencia de fácil eco en la imaginación común: Eso de que ‘Hacienda somos todos’ es un eslogan publicitario sin valor alguno. Fue un ligero salto discursivo desde la lógica jurídica, que opera por encadenamiento de razones positivas, al floreo de la retórica que juega con el doble sentido y el carácter connotativo de las palabras. Demasiado para intentarlo sin entrenamiento y la ponente cayó en el charco. La metedura de pata, por añadidura, puso en evidencia la estrategia del gobierno, que se enfrenta en este asunto a una paradoja irresoluble: pretender que defiende los derechos de una ciudadana cuando en realidad defiende los privilegios de una aristócrata que ha llegado al banquillo precisamente por el uso abusivo de esos privilegios. El coste de esta retorsión puede ser inmenso para la salud de las instituciones democráticas. En el trasfondo del discurso de la letrada, y sin duda a su pesar, Hacienda aparecía como una institución servil, miope, interesada y arbitraria. Es posible que la letrada fuera consciente del abismo al borde del cual estaba tejiendo su discurso y el lapsus linguae no fuera tal, sino un grito de auxilio.
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