Cristina de Borbón no es una ciudadana común. El tratamiento de infanta que precede a su nombre la delata. En un país en el que el igualitarismo democrático ha apeado a todo quisque del cívico don o doña, ella conserva el coturno lingüístico que la distingue del común y la singulariza entre la patulea de presuntos delincuentes -su adventicio marido incluido- con los que se sienta en el banquillo y a los que les esperan largas condenas de cárcel si los delitos que se les imputan se sustancian en sentencias firmes. El primer día del juicio oral, dedicado formalmente a las llamadas cuestiones previas del procedimiento, estuvo entregado en realidad a rescatar a la hija y hermana de reyes del destino de sus compañeros de aventuras financieras y de banquillo. Fiscales y abogados del Estado desplegaron un esfuerzo jurídico ímprobo e interminables horas de peroración para restaurar en el ánimo de los miembros del tribunal el sentido atávico de la inmunidad real, quebrado por el resultado de la instrucción del juez Castro. El resto de los paisanos acusados formaba un coro mudo, indiferenciado, que asistía atónito y cariacontencido a este esfuerzo de los representantes legales del gobierno, que venía a poner de manifiesto el principio de la granja de Orwell en la que todos somos iguales pero algunos son más iguales que otros. Era fascinante  observar el tejido de las argumentaciones del fiscal y de la abogada del Estado para que le fuera aplicada a Cristina la excepcio legis de la llamada doctrina Botín, que no por casualidad lleva el nombre de un opulento banquero. Si antaño los reyes hacían valer sus prerrogativas en la sangre y en la espada, ahora, en la época del capitalismo financiero, éstas proceden de su proximidad al dinero. Cristina, en la medida que lo determinen los jueces, no hizo otra cosa que sumarse con el desenfado típico de su época y de su clase a la generalizada práctica de nuestras élites extractivas de llenarse los bolsillos en el manejo de los fondos públicos y ha sido necesaria una crisis económica que ha hundido al país para que la sociedad y sus instituciones comprendieran que eso era un delito y que había que obrar en consecuencia. Que la metástasis haya alcanzado a la cúpula del sistema, que es la familia real, no prueba más que la extensión y profundidad del cáncer. La hija y hermana del césar perdió la oportunidad de ser y parecer honesta; ahora, la justicia tiene el mismo dilema, pues no solo ha de ser justa, también parecerlo.