¿En qué momento y en qué lugar se iniciará el catastrófico declive de ese armatoste hecho de buena conciencia y malas prácticas que llamamos Europa? ¿Cuál será el próximo Sarajevo de la historia continental? La estación de Colonia en la nochevieja de 2015 parece una candidatura tan buena como otra cualquiera para servir de referencia a los historiadores. Ese día y a esas horas y en ese lugar, cuentan que un millar de hombres de piel oscura se confabularon para agredir sexualmente a las mujeres alemanas que pasaban por el lugar y robarles sus pertenencias. Como resultado, un número incalculable de víctimas. Así lo cuentan las noticias de prensa. Unas horas antes, nos dimos por enterados, por enésima vez, de que Alemania asiste de uñas a un futuro plagado de inmigrantes y, mira por dónde, esa misma noche mágica y alcohólica, los hechos le dan la razón, como una apoteosis del malestar de la sociedad. La estación de Colonia es un nudo urbano céntrico de la ciudad, al lado de la famosísima catedral, que, en el clima de alarma antiterrorista que vive Europa debía estar debidamente vigilada, y así parecía porque la policía, en informe preliminar de la situación, la calificó de «distendida». Luego resultó “una nueva dimensión del crimen organizado”, según el ministro de Justicia. Pero, ¿eran tantos como un millar?, ¿y eran, así, en general, magrebíes o africanos? La acumulación de datos sobre el suceso no hace más que enfatizar su dimensión fantástica. Las acusaciones de delitos sexuales son un tópico que aparece siempre en los orígenes de las cazas de brujas y, como siguiendo el manual, a los sucesos de Colonia se han sumado denuncias del mismo jaez en Hamburgo, Friburgo y otras ciudades alemanas, que parecen dar la razón, en versión europea, al truculento candidato republicano Donald Trump cuando afirma que México exporta violadores a los Estados Unidos. Los alemanes tienen una larga tradición histórica en el hábito de detectar enemigos interiores y ahora mismo los refugiados son víctimas rutinarias de ataques pirómanos y con armas de fuego. Pero, para no remontarnos muy lejos en el tiempo y a situaciones trágicas, pensemos en los pimientos contaminados de Almería, diciembre de hace diez años, que arrastraban el doble baldón de haber sido cultivados en la perezosa España y cosechados por jornaleros magrebíes de hábitos higiénicos dudosos. Los dichosos pimientos procedían, por último, de tierra alemana. Pero el efecto ya estaba conseguido. La xenofobia que provocó el suceso tuvo en jaque a la toda la Unión Europea y singularmente a los atribulados cultivadores de hortalizas de los países pigs. Lo ocurrido en Colonia, en lo que tenga de cierto, se inscribe en un contexto doméstico que merece ser examinado. La alcaldesa de la ciudad fue apuñalada antes de las elecciones por un activista de extrema derecha a causa de su presunta tolerancia con los refugiados cuando era responsable del departamento de servicios sociales. ¿Podríamos decir que fue una puñalada preventiva? Por si acaso, Merkel ha captado de inmediato el mensaje de Colonia. Una ola de racismo y nacionalismo invade los países de la Europa septentrional a los que desde nuestra apocada perspectiva meridional atribuimos el liderazgo de la Unión por el contundente hecho de que son nuestros acreedores. Por eso, noticias como ésta ponen los pelos como escarpias.
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