Antes del lapsus festivo de año nuevo, les dejamos enzarzados en una bronca monumental. No habían pasado veinticuatro horas del cierre de las urnas y ya estaban tirándose los trastos a la cabeza. Se ve que se tenían ganas. Las elecciones dejaron a los socialistas colgados de la brocha y han debido pensar que una buena pelea a mamporros en el saloon, como en las pelis de John Ford, les devolverá el equilibrio perdido (o la centralidad, como se dice ahora) y del barullo emergerá un imbatible john wayne, o una maureen o’hara andaluza, en este caso, para dirigir con autoridad y salero este armatoste centenario que tantas horas de gloria nos ha dado. Como es usual en estas penosas refriegas partidarias, llamadas debates por quienes participan en ellas, lo que se dirime es muy simple y puede resumirse en la fórmula, quítate tú que me pongo yo. Lo que los socialistas fingen ignorar es que su proyecto está acabado y el dilema no es entre un Sánchez y una Susana. Desde los años ochenta del pasado siglo, un fantasma recorre Europa destruyendo a su paso ese artilugio típicamente europeo y laboriosamente levantado que llamamos estado del bienestar, la seña de identidad socialdemócrata, por el procedimiento de minar las bases en las que se sostenía: el pleno empleo, la equidad fiscal y el estado nacional. Desde que despertó la fiera y se puso en marcha, la lista de derrotas sufridas por los socialdemócratas es interminable, desde el melifluo y falso mister Blair hasta el afligido monsieur Hollande, el cual ha tenido que entregar los votos de su gente a la derecha para que no le devorara el mero fascismo de la famila Le Pen. Lo mejor que les puede ocurrir a los socialistas es que el azar de las urnas les lleve a apoyar a un gobierno de la derecha; así ocurre en Alemania, donde nadie los ve ni los siente bajo la poderosa sombra de frau Merkel, pero donde han salvado los muebles, a costa de triturar a sus hermanos de clase (así se llamaban cuando entonces) de los países deudores de la UE. Esta es también la oferta de Rajoy a Sánchez, en nombre de los mercados para los que gobierna: ríndete, chaval, y seremos todo lo generosos que se pueda, que no es mucho, con vosotros. La brusca negativa del chaval a esta propuesta -¿y qué otra cosa podía hacer?- es lo que ha provocado el irritado cacareo de los barones socialistas y demás parientes interesados, que han sentido moverse el suelo bajo sus pies. El pesoe no lucha por un proyecto renovador para la sociedad, como afirma, ni siquiera por su supervivencia como partido, que ya está sentenciada; lucha contra su propia perplejidad. Paralizado por el dilema entre servir a los mercados o a los intereses de sus bases, ha sufrido una sangría de votos que es probablemente irreparable. La intención de remover a Sánchez de la secretaría general y el pronóstico de nuevas elecciones, que no ocultan los boyardos del partido, no tienen más objetivo que el mencionado salvamento de los muebles, entre los que se incluyen principalmente las poltronas de poder regional y municipal obtenidas en las elecciones locales. Ya vendrán tiempos mejores, si vienen.
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Siempre lúcido y divertido. Pero comparar a esa reina del cliché y la manipulación y la demagogia, Susana Díaz, con la heroina de El hombre tranquilo entra en el terreno de lo blasfemo.