La navidad embota el cerebro y lo envuelve en tópicos, y en ese sentido es un periodo simétrico al estival, situado en el otro extremo del arco de las estaciones. Rajoy debió contar con el carácter alienante de la fecha para fijar la jornada de elecciones cuatro días antes de la nochebuena. Buen rollito, debió pensar, y, en efecto, el reparto de bazas no le vino mal dado. A partir de hoy, los titulares de la timba retiran de la mesa las copas vacías, los restos de mazapán y las ristras de espumillón para empezar la partida de sobremesa. Los viejos de mi pueblo recordamos este juego como “el agostazo” porque en el verano de 2007 tuvo lugar otra partida idéntica en la que se jugaba el gobierno local, y, previsiblemente, el resultado ahora será análogo al de entonces. A los espectadores nos espera, pues, una interminable y tediosa sucesión de pujas y envites trufados de faroles, fintas, declaraciones elusivas y mentiras descaradas para terminar, por extenuación, con el único resultado posible: un gobierno de la derecha, que presidirá Rajoy, apoyado por los socialistas. Hace ocho años, las elecciones regionales dieron en mi pueblo una situación parecida a la que han alumbrado las urnas el pasado día 20. La derecha tenía una mayoría insuficiente, los socialistas habían caído por debajo de sus expectativas y se abría la posibilidad de armar una coalición de izquierda (impregnada de nacionalismo, hay que añadir) para el gobierno regional, como la que dice Sánchez que va a intentar ahora para el gobierno de España. Los socialistas de mi pueblo tenían una baza favorable y otra adversa en relación con las que tiene ahora Sánchez. La ventaja era que aquella hipotética coalición alternativa sí sumaba mayoría aritmética suficiente para formar gobierno, lo que no tendría ahora Sánchez por el mero acuerdo de socialistas y podemitas, y el inconveniente fue que entre los hipotéticos coaligados estaba en 2007 el brazo político de la banda terrorista que por entonces aún estaba activa. Eran tiempos del híper optimismo zapateril y el mando del partido socialista tardó semanas en abortar la operación. Fue la enésima cagada de los socialistas de mi pueblo desde que abrió la secuencia Urralburu un cuarto de siglo antes. Ahora, Sánchez dice que se propone repetir la operación negociando con una fuerza que, si bien tiene otros objetivos y está nutrida por expectativas diferentes a las de la sigla que negociaba en mi pueblo en 2007, no por eso deja de guardar ciertos rasgos en común con aquélla. Los boyardos del partido ya han advertido a Sánchez, que no es precisamente Iván el Terrible, de las contraindicaciones del intento. Epílogo: el agostazo navarro le costó la carrera política al candidato socialista local que lo protagonizó. Es exactamente lo que se juega Sánchez.