La calle, desierta. En el parque de la Ciudadela, las parejas de urracas, o picarazas, como las llamamos aquí, están a sus afanes. Un mirlo parece seguirlas en sus devaneos, como si necesitara compañía. Gorjeos de palomas en los árboles. Un corredor de fondo pasa ante mis ojos, ensimismado como un muñeco anatómico. La dama del perrito, que ha perdido el encanto que tuvo en el cuento de Chéjov, enfundada en un plumífero y calzada con zapatillas de tenis, me dedica una mirada fugaz y desaparece a mi espalda. Llamo a una amiga para felicitarle las fiestas pero el móvil deserta y me deja con la palabra en la boca. Batería fundida. Un alarido. Es un beodo que reclama la felicidad que se disipa con el alcohol. Al ver que le miro, repite el grito. Quiere decirme algo que yo no quiero oír. Una pareja de adolescentes, ataviados como falsos campesinos vascos a la usanza de estas fechas, se devoran por la boca, junto a uno de esos bultos abstractos de arte callejero que nadie sabe qué representa ni que función tiene en el punto donde lo han erigido. La mano de ella aferra la nalga de él y el primoroso esmalte rojo cereza de las uñas resalta sobre el sombrío azul vergara del pantalón. La realidad se ha desvanecido a su alrededor. Lo que no sabe esta pareja es que seguirán disfrazados de tópicos campesinos vascos muchos años después, cuando no quede ni rastro de la pasión que los mantiene enzarzados. Una mendiga ha elegido la entrada al parque de la Taconera para asentar su ganapán y una cara renegrida emerge del rebujo de ropas y me saluda dulcemente. Buenos días, señor. Unos metros más adelante, una mujer embarazada duerme, o algo peor, recostada en un banco del parque, ante un hombre, ¿su compañero?, que la mira de pie, ligeramente alejado y extrañamente pasivo. La ciudad está encapsulada en la niebla, que oculta por completo la mole del monte Ezcaba. Otro viejo que podría ser mi sosia o mi clon camina por el paso de ronda en sentido contrario al mío y, como es uso entre machos despeluchados, nos dedicamos una brevísima mirada de reconocimiento y advertencia. Me pregunto si también será filósofo. Sorteo una generosa mancha de vómito en la acera. Mañana del día de Navidad, en Pamplona a las 9:00 horas.
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Ja, ja, ja, espero que todo sea verdad
Feliz Navidad, Manolo, Veo que tu blog es definitivamente 2.0.
También pude dar un paseo el día de Navidad casi a la misma hora que tú, por el Mocho, que estaba afortunadamente, solitario.